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jueves, 15 de diciembre de 2011

Los determinantes de la moral humana

La sociobiología humana ha puesto de moda la tesis (le que la conducta humana y la moral están determinadas biológicamente y, más precisamente, por nuestra constitución genética. Obramos y evaluamos como lo hacemos porque así está escrito en nuestro código genético, al que no podemos escapar. Esta tesis se conoce con el nombre de determinismo biológico. No es nueva: tiene raíces en la antigua creencia de que hay grupos humanos, en particular razas, biológicamente superiores a los demás y destinados a dominar la humanidad. El determinismo biológico es atractivo a primera vista, porque saca a los valores y las normas de los dominios de la teología y la filosofía y los coloca en medio de la vida. Por consiguiente, para saber qué es valioso y cómo debemos comportarnos ya no es menester consultar tablas de mandamientos confeccionadas por jefes religiosos ni tratados redactados por filósofos alejados de los problemas prácticos, que son la fuente de todo conflicto moral. Según el determinismo biológico, la autoridad máxima en cuestiones de valores y normas es la biología. Se acaban así los mitos de la moral revelada y de la moral autónoma o independiente de la situación real del hombre. La ética baja de las nubes y se convierte en objeto de investigación científica.

El determinismo biológico contemporáneo es genético: sostiene que nuestro destino está en nuestros genes, no en nuestras manos ni en las de la divinidad. Se nace inteligente o poderoso, tonto o sumiso: la educación sólo puede reforzar o debilitar los procesos controlados por los genes, en particular los procesos mentales. Otra tesis del determinismo genético es que los genes son egoístas, en el sentido de que controlan al organismo de modo que éste tienda a alcanzar la finalidad última de los primeros, que es perpetuarse. El cuerpo no sería sino un envoltorio para proteger a los genes, y la sociedad no debiera ser sino una cámara para proteger semejante tesoro génico.

Este credo sencillo tiene un grano de verdad, a saber, que nuestra conducta no puede violar leyes biológicas y que nuestra moral no debe ignorarlas. Por lo demás, es falso y nocivo. En primer lugar, no es verdad que los genes sean egoístas o siquiera puedan proponerse meta alguna: sólo cerebros altamente desarrollados pueden proponerse metas. La teoría de la evolución por selección natural enseña que ésta no obra directamente sobre los genes, sino sobre el organismo íntegro, con sus pautas innatas y adquiridas (en particular, aprendidas). El ambiente natural y social selecciona no sólo lo heredado, sino también lo adquirido en el proceso embriológico y de desarrollo. No hay genes desnudos que enfrenten al ambiente ni el egoísmo es una característica molecular.

El hombre no es sólo un animal, sino un animal social. Por tanto, tenemos necesidades biológicas, tales como las de alimentarnos y abrigarnos, y necesidades sociales, tales como las de comunicarnos, ayudarnos y competir. No podemos satisfacer nuestras necesidades biológicas más apremiantes, particularmente durante los primeros años de vida, sino en sociedad. Esta condición social humana impone restricciones a los impulsos biológicos y estas restricciones se consagran en normas de conducta. Por ejemplo, el individualismo extremo no es socialmente viable: mi libertad termina donde comienza la tuya, porque nos necesitamos mutuamente. En suma, la conducta social, que es la susceptible de afectar al prójimo, está regida tanto por nuestra conformación biológica como por la sociedad en que vivimos.

La estructura social no está escrita en el genoma. Nuestro equipo génico sólo nos da posibilidades y limitaciones: no determina que pertenezcamos a una sociedad primitiva o feudal, capitalista o socialista. Lo prueba el que nuestra composición no cambia cuando vivimos una revolución social. Hay numerosas formas de convivencia humana, todas las cuales son compatibles con el mismo equipo génico. La sociedad tiene raíces biológicas, pero es un artefacto: está en nuestras manos construirlo, reformarlo o destruirlo. Por consiguiente, las normas de conducta, que son las aceptadas por una sociedad dada, no están escritas en nuestros genes, sino más bien en la estructura de nuestra sociedad. En conclusión, el determinismo biológico es falso o, mejor dicho, contiene sólo un grano de verdad.

El determinismo psicológico
El determinismo psicológico se parece al biológico. Su variante más difundida es el utilitarismo o hedonismo. La tesis central de esta doctrina es que todo individuo actúa de manera de maximizar su placer y, en general, sus utilidades (valores subjetivos). A primera vista esta tesis es verdadera: ¿acaso no deseamos lo mejor para nosotros mismos y nuestros allegados? Sin embargo, una cosa son los deseos y otra es la realidad. De hecho, rara vez podemos maximizar nuestras utilidades, porque la mayoría de nosotros dispone de medios limitados. El primer mandamiento no es gozarás al máximo, sino vivirás y dejarás vivir. Esto vale no sólo para los individuos, sino también para los sistemas sociales. Por ejemplo, el buen empresario no se propone maximizar sus ganancias a todo coste, sino asegurar la supervivencia de su empresa y, en lo posible, su crecimiento. Para esto, a menudo deberá sacrificar ganancias. Además, el empresario, por poderoso que sea, está limitado por las leyes positivas, algunas de las cuales se proponen precisamente impedir que el individualismo excesivo destroce la sociedad. En resumen, el determinismo psicológico no ha sido confirmado por la psicología y es refutado por las ciencias sociales, las que nos hablan de funciones, derechos y deberes del individuo en sociedad, además de sus naturales propensiones.

Pese a haber criticado a los determinismos biológico y psicológico, debemos reconocer que contienen un grano de verdad. No podemos escapar a nuestras limitaciones biológicas y psicológicas, y, por tanto, nuestros códigos de conducta no debieran ignorar nuestras necesidades básicas de uno y otro orden. Nuestras valoraciones y pautas de conducta no son arbitrarias, sino que están limitadas por las leyes biológicas y psicológicas. Una comunidad compuesta exclusivamente por ascetas o por pantagrueles, por individuos totalmente altruistas o totalmente egoístas, por gentes totalmente dedicadas a la mortificación o al placer, no sería posible. Toda sociedad, por libre o represiva que sea, debe reconocer las necesidades biológicas y psicológicas básicas y permitir que éstas sean satisfechas en alguna medida: de lo contrario no podrá ser cohesiva ni, por tanto, estable.

Pero, además de limitaciones biológicas y psicológicas, hay potencialidades prácticamente ilimitadas que los deterministas ignoran. Por ejemplo, todos nacemos con la capacidad de aprender alguna lengua; el medio en que crecemos determina cuál de las infinitas lenguas posibles hemos de aprender. Nuestros genes no determinan qué idioma, qué matemática o qué filosofía hayamos de aprender: esto lo determinará al principio la sociedad y luego, en la medida en que dispongamos de medios, nosotros mismos. Los genes dan posibilidades, además de limitaciones.

Lo mismo que ocurre con el conocimiento sucede con las valoraciones y las normas. No nacemos valorando la filosofía, pero podemos aprender a hacerlo. Ni nacemos sabiendo respetar los derechos ajenos, pero podemos aprender a hacerlo. Aprenderemos una y otra cosa siempre que tengamos la motivación y la oportunidad de aprender: siempre que la sociedad nos lo permita y nos incite. Somos, en suma, capaces de aprender. Y también de innovar no sólo en materia de conocimiento, sino también de valoración. En particular, somos capaces de proponer nuevos valores y nuevas pautas de conducta. Por ejemplo, podemos aprender que es preciso otorgar derechos a las mujeres y a los niños. Estos derechos no son naturales, sino artificiales: se acuerdan o deniegan, se conquistan o se pierden en el curso del aprendizaje y de la lucha en sociedad.

Determinismo social
La idea de que la sociedad es la que determina las pautas de valoración y conducta puede llamarse detenninismo social Su tesis central es que toda tabla de valores y todo código de conducta emerge, se desarrolla y, eventualmente, desaparece junto con la sociedad en que se da. A este respecto, el código moral no se distinguiría del civil o del comercial: en todos los casos se trataría de normas de convivencia social, ajustadas al tipo de sociedad de que se trata. Así como el determinismo biológico y el psicológico son absolutistas, el determinismo social es relativista: cada sociedad adopta los valores y las normas que necesita.

El determinismo social, aunado al biológico y al psicológico, puede explicar, e incluso justificar, por qué adoptamos o rechazamos ciertas normas de conducta. Por ejemplo, la regla de oro podría explicarse así: quien no la respeta es objeto de desaprobación o aun agresión por parte de los demás; de modo que quien desee vivir en paz con su prójimo e integrado en su sociedad respetará y enseñará la regla de oro. Análogamente, es conveniente no engañar, en particular no mentir, para conservar la confianza de los demás, sin la cual ninguna transacción social es posible. Adviértase que estas explicaciones o justificaciones no se deducen sin más de postulados de la ciencia biológica o social: a éstas hay que añadirles juicios de valor, tales como el que la paz social es deseable y el comercio,de cosas e ideas es deseable. Tal vez sea posible justificar a su vez estas finalidades, pero en tal caso habrá que recurrir a metas superiores.

Otra limitación del determinismo social es su conformismo: al fin y al cabo es un aspecto del funcionalismo estructuralista, reconocidamente conservador. En efecto, no explica la rebeldía el que el reformista y el revolucionario se propongan alterar ciertas valoraciones y pautas de conducta, tal vez en nombre de principios morales superiores a los consagrados por la sociedad. Por ejemplo, el auténtico liberal y el socialista rechazan el neoliberalismo económico, y en particular el monetarismo, no sólo por ser contraproducente en la práctica, sino también por fundarse sobre el individualismo radical, que destruye toda sociedad. Cada vez que oponemos una nueva tabla de valores a la vigente, o un nuevo código de conducta al aceptado, escapamos a ciertas restricciones sociales sin, por esto, escaparnos de la sociedad. Al contrario, el individuo puede triunfar sólo en sociedad.

Hasta aquí hemos criticado tres doctrinas concernientes a los determinantes de la valoración y de la conducta: los determinismos biológico, psicológico y social. Sin embargo, hemos concedido que cada uno de ellos contiene un grano de verdad, si bien trivial, a saber, que todos somos seres vivos dotados de psiquismos y que vivimos en sociedad, por lo cual nuestras valoraciones y pautas de conducta tienen raíces biopsicosociales. El reconocer la existencia de estas raíces equivale a desconocer el autonomismo de los valores y de la conducta, según el cual éstos son regidos por principios inde pendientes. Por el mismo motivo, no podemos aceptar la axiologia y la ética dogmáticas que colocan los valores y las normas al margen de la vida, de la sociedad y de la historia.

Sin embargo, debemos reconocer que tanto la ética autonomista (por ejemplo, kantiana) como la dogmática (por ejemplo, tomista) contienen un grano de verdad. En efecto, ambas reconocen la realidad del libre albedrío, aunque no como capacidad del cerebro humano, sino del alma inmaterial, y, por consiguiente, ambas subrayan la responsabilidad individual. Es verdad que en uno y otro caso tanto la libertad como la responsabilidad son ínfimas: en ambos casos se trata de obedecer reglas inmutables o de desobedecerlas pecaminosamente. En ninguno de los dos casos hay libertad para proponer nuevas normas más conformes a la realidad biológica y social. Por consiguiente, en ninguno de éstos puede haber auténtico progreso moral.

Hemos llegado a un atolladero: ninguna de las cinco doctrinas examinadas hasta aquí nos satisface, pese a haber encontrado atisbos de verdad en cada una de ellas. ¿Qué hacer en tal caso? La respuesta es obvia: integrarlas, uniendo los fragmentos de verdad distribuidos entre ellas. Esta sexta doctrina axiológica y moral puede llamarse sintética, integradora o sistemática, porque sintetiza fragmentos hasta ahora dispersos. También podría llamarse autobiopsicosociológica, porque reconoce las raíces biológicas, psicológicas y sociales de los valores y de la moral, al par que permite, e incluso sugiere, la invención de nuevos valores y normas.La doctrina sintética de los valores y de las normas todavía no existe: no es sino un proyecto. Apenas nos atrevemos a formular el siguiente decálogo para construirla:

1. Hay múltiples tipos de valores humanos: biológicos, psicológicos y sociales (económicos, políticos y culturales).

2. Algunos valores son incompatibles entre sí (por ejemplo, para alcanzar ciertos valores culturales hay que sacrificar algunos valores económicos, o viceversa). Estos conflictos dan lugar a problemas morales (de conducta social).

3. Todo objeto accesible a los sentidos, al intelecto o a la acción puede ser objeto de evaluación por un ser racional
4. Todos los objetos de un mismo tipo pueden ser ordenados según su valor en algún respecto (por ejemplo, biológico)..

5. Los seres racionales disponemos de alguna libertad para evaluar, así como para elegir fines y medios, aun cuando debamos pagar por el ejercicio de tal libertad.

6. Toda valoración racional es multidimensional, o sea, a la vez biológica, psicológica y social (económica, política o cultural).

7. El ser humano puede corregir tanto sus evaluaciones como sus normas de conducta a la luz de la experiencia propia y ajena, así como de principios teóricos, de modo que no hay tablas de valores ni códigos de conducta inalterables.

8. Cuanto más sepamos, tanto más adecuadas serán nuestras evaluaciones y nuestras pautas de conducta. De aquí que, si queremos que mejoren las evaluaciones y las normas vigentes, debemos propender al progreso de la cultura.

9. Un buen código de conducta es realista (reconoce las raíces biológicas, psicológicas y sociales de las evaluaciones y de las normas) y exhorta: a) a combinar la libertad con la responsabilidad, los derechos con las obligaciones; b) a limitar los impulsos egoístas y competitivos y estimular el altruismo y la cooperación; c) a respetar la regla de oro, y d) a ayudar al prójimo a alcanzar sus metas legítimas, sin por ello eliminar del todo la competencia, que es fuente de progreso.

10. Una buena sociedades aquella que: a) adopta un buen código de conducta; b) estimula la participación del individuo en la discusión y adopción de valores y normas, así como de elección de medios; c) permite que el individuo se realice en la medida en que es útil a la sociedad y ésta prospere en la medida en que propende a la expansión del individuo compatible con la del prójimo, y d) enseña al individuo a acatar la decisión de la mayoría, pero le deja en libertad de criticar dicha decisión y de proponer alternativas.

Este decálogo no es sino un plan para construir una axiología y una ética que, sin ser reduccionistas, reconozcan las limitaciones y las potencialidades de orden biológico, psicológico y social, y que, sin ser autónomas ni dogmáticas, reconozcan que hay valores y normas que van contra la corriente biológica, psicológica o social.

Mario Bunge es profesor en la McGill University, de Montreal. Autor de más de trescientas publicaciones sobre física teórica, ciencias sociales, epistemología y otras disciplinas. Entre ellas figura su Treatise on Basic Philosophy, del que lleva publicados tres tomos: La investigación científica, Filosofía de la física y Materialismo y ciencia.

GRACIAS CAPI VIDAL

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