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viernes, 1 de noviembre de 2013

Medicalización de la vida. «Etiquetas de enfermedad: todo un negocio.»


La medicina ha avanzado tanto que ya nadie está sano.
Aldous Huxley
Revista El Sevier.Atención primaria.

Introducción
El inmenso poder de la medicina ha hecho atractiva la idea de «medicalizar» aspectos de la vida que se pueden percibir como problemas médicos sin serlo. La medicina, como reflejo de la cultura del bienestar, genera en ocasiones falsas necesidades, y aspectos de la vida cotidiana son medicalizados con el pretexto de tratar falsas enfermedades. Vivir conlleva momentos de infelicidad y de angustia, pero ¿deberíamos tratar dichos momentos? En la práctica clínica diaria se ponen «etiquetas de enfermedad» a comportamientos o acontecimientos que no son más que elementos que integran el carácter o la forma de ser de las personas o bien se trata de saludables reacciones ante situaciones vitales, como conflictos laborales, familiares, escolares o duelos. Es la cultura sanitaria del «todo, aquí y ahora».

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud como algo más que la ausencia de enfermedad y la eleva al estado de bienestar absoluto, contribuyendo a la incorporación al ámbito médico de nuevas situaciones y problemas. Estamos asistiendo a la generación de una dependencia de la medicina que incapacita a las personas para cuidarse a sí mismas y conlleva una disminución de la tolerancia al sufrimiento y al malestar.

Fue Faucoult quien propuso el término «iatrogenia positiva» para referirse no a los efectos nocivos derivados de errores o de secundarismos previsibles, sino a los efectos nocivos de las intervenciones médicas1. Medicalizar la vida es convertir un conflicto personal o social en un problema médico que necesita ser abordado por los profesionales de la salud. Cada vez más aspectos de la vida cotidiana son medicalizados con el pretexto de tratar falsas enfermedades, como astenia primaveral, baja autoestima, timidez o procesos biológicos naturales como la menopausia. Medicalizar la vida nos expropia la salud y nos incapacita como individuos.

El negocio de «la enfermedad»
Desde una perspectiva comunitaria dirigida a la función de bienestar, la política de la salud ha de pretender que la «producción de salud» no sea más costosa de lo necesario, y que la salud originada no se valore menos de lo que cuesta2; sería inmoral caer en el despilfarro3. Un gasto sanitario inadecuado tiene costes, bien por consumo excesivo, bien por consumo insuficiente de servicios sanitarios necesarios4.

Hacer creer a la gente que tiene una enfermedad puede ser una sustanciosa fuente de ingresos. La medicina moderna ha ido haciéndonos creer que van apareciendo nuevas enfermedades a las que solo la técnica puede dar respuesta; son 5 las formas de comerciar con enfermedades, que se explicitan en la Tabla 15.
Tabla 1. Creación de enfermedades
▪ Venta de procesos normales de la vida como procesos médicos, como la vejez o el embarazo
▪ Venta de problemas personales y sociales como problemas médicos: el desempleo, la fobia social
▪ Venta de riesgos como enfermedades: osteoporosis o hipercolesterolemia
▪ Venta de síntomas ocasionales como epidemias de extraordinaria propagación, como la disfunción sexual femenina
▪ Venta de síntomas leves como indicios de enfermedades más graves: colon irritable
Fuente: Modificado de Blech 5 .

En la Tabla 2 se esquematizan algunos de los síndromes de nueva creación que podrían terminar en la consulta de atención primaria consumiendo recursos de forma innecesaria.

Tabla 2. Síndromes que tienen buenas perspectivas como negocio
Síndrome de SissíDepresivos que se disfrazan de felices
Síndrome del tigre enjauladoPadres excesivamente fatigados por sus hijos
Depresión del ParaísoIncapacidad de gozar del ocio, típico de los turistas del Norte de Europa que viven en España
Síndrome posvacacionalDificultad de adaptación al trabajo tras la finalización de las vacaciones, lujo solo al alcance de quienes tienen trabajo y pueden sufrir por ello
Astenia primaveralCon la llegada del buen tiempo se presenta falta de energía para realizar la actividad habitual
Trastorno de alegría generalizadaSíntomas de despreocupación y pérdida de contacto con la realidad
Fuente: Elaboración propia.

Responsables de la medicalización

La responsabilidad de la medicalización es compartida por la sociedad, los profesionales, los medios de comunicación, los políticos y la industria farmacéutica.

Sociedad
Salud y enfermedad son construcciones dinámicas vinculadas con la realidad histórica, social y cultural del momento en que se definen; solo entendiendo la realidad y los condicionantes del momento pueden construirse respuestas sanitarias adecuadas6. Lewis Thomas, en los setenta, señalaba que nada había cambiado tanto en el sistema sanitario como la percepción de la sociedad sobre su propia salud7, concediendo a la medicina moderna la capacidad de resolver más de lo que en realidad es posible. En el momento actual se está produciendo una redefinición de fenómenos que antes eran propios de otras esferas para incluirlos en la sanitaria.

Sin poder negar el valor de la salud, este no puede llevarse a un nivel en el que la sociedad haga negación del sufrimiento y de la enfermedad, y como dice una frase célebre, «La sociedad está enfermando por no enfermar». Ian Morrison decía: «Cuando nací, en Escocia la muerte era vista como inminente; mientras me formé en Canadá, comprobé que se vivía como inevitable, pero en mi residencia actual, California, parece que se percibe como opcional»8.

Existe el sentimiento creciente de que cualquier prueba es mejor que la simple valoración médica, o de que la técnica última en aparecer es mejor que las ya existentes, y esto conlleva la pérdida de valores como la relación médico-paciente. La tecnificación y los avances de la medicina han creado expectativas irreales, llegándose a la idea de que la ciencia encontrará la solución a todas las enfermedades y problemas, rechazándose la enfermedad y la muerte como partes inevitables de la vida. Por otro lado, el declive de la función religiosa en el consuelo y el afrontamiento de los problemas ha originado que la búsqueda de soluciones se realice en otros lugares, y los servicios sanitarios ocupan un lugar destacado en esta búsqueda.

La tolerancia al sufrimiento ha disminuido de forma que se requiere de la atención sanitaria para situaciones que antes eran aceptadas y resueltas sin recurrir a los profesionales. Algunos autores lo denominan «tolerancia cero»9. El paciente acude a consulta nada más aparecer los síntomas, exigiendo pruebas para un diagnóstico inmediato y solicitando tratamientos que resuelvan rápidamente el cuadro. Ante procesos en sus fases más precoces (con síntomas inespecíficos y variables), por la presión de la población, se prescriben tratamientos que van a resultar ineficaces y supondrán nuevas consultas y nuevos tratamientos, con el correspondiente aumento del coste.

Se tiende a considerar que el sistema sanitario debe garantizar todo tipo de cuidados, perdiéndose la capacidad de contención de problemas, disminuyendo los autocuidados y aumentando el consumo de servicios. Además, los cambios sociales de las últimas décadas —la reducción del tamaño familiar, la incorporación de la mujer al mercado laboral o la cultura del consumo— han ocasionado que los recursos familiares se hayan visto reducidos y que su lugar sea ocupado por los cuidados formales.

Profesionales
Son los principales agentes de la medicalización, ya que tienen la capacidad/poder de determinar qué diagnósticos se establecen y qué actuación terapéutica se realiza. La sociedad, los medios de comunicación, los políticos, etc., pueden fomentar la medicalización, pero son los profesionales quienes finalmente la llevan a cabo.

La percepción médica es el proceso a través del cual categorías de enfermedad cobran su existencia10 de modo que los profesionales, como comunidad científica, contribuyen desde su conocimiento a construir qué es enfermedad y qué se debe tratar11. Cada vez que una persona acude a la consulta se tiende a realizar una intervención y, por tanto, a convertir en enfermedad todo aquello que nos comenta; la no enfermedad y la no intervención escapan a nuestro campo de visión y de acción, ya que no nos han formado para ello.

Así mismo, el tiempo disponible en la consulta para cada paciente es escaso, siendo difícil clarificar la verdadera demanda del paciente, qué información tiene sobre qué le sucede y la posibilidad de participación en su autocuidado. El profesional, trabajando en la incertidumbre, no siempre puede establecer con absoluta certeza qué persona está sana y cuál enferma, qué acontecimientos son normales y cuáles no, y ello determina dudas que conducen a «pruebas por si acaso» y a la instauración de tratamientos innecesarios. Además, se apoyan en recomendaciones y consensos de los que en muchas ocasiones no existen estudios que demuestren la validez de las medidas que se recomiendan12.

Es más cómodo recomendar una prueba diagnóstica inútil para estar seguros que descartarla, realizar pruebas de laboratorio rutinarias no necesarias llamadas de «chequeo», hacer pruebas radiológicas en dolores inespecíficos o prescribir antibióticos en situaciones de dudoso beneficio. La medicina defensiva es una de las mayores causas de solicitud de pruebas innecesarias.

Medios de comunicación
Representan otra importante fuente de información sanitaria modulando las creencias y las expectativas de la sociedad. Se ha evidenciado la relación directa entre la aparición de una noticia médica en los medios y el uso de los servicios sanitarios por dicho motivo. El concepto de noticia de interés se relaciona con la novedad, con lo excepcional; de ahí la abundancia de noticias sobre soluciones mágicas o diagnósticos revolucionarios; este sesgo en la información genera expectativas irreales.

La sensación de que la medicina es una ciencia exacta es alimentada por los medios, haciéndose necesario que estos asuman e incorporen a sus contenidos términos como «incertidumbre» o «limitaciones»13. En ocasiones lo que es mera publicidad aparece camuflada bajo la fórmula de publirreportaje, y a los lectores no siempre les resulta sencillo identificar que aquello es un mensaje publicitario pagado por una empresa con interés en su venta.

Los medios tienen una labor importante promoviendo el uso de intervenciones efectivas y desincentivando aquellas de cuestionada efectividad, aunque esto sea menos interesante para ellos11.

Instituciones político-sanitarias
Políticos y gestores son los responsables de definir la cartera de servicios que se presta a la población. En la macrogestión se tiende a evitar la toma de decisiones conflictivas que puedan hacer disminuir su popularidad, poniéndose en marcha actuaciones de gran aceptación popular con independencia de su efectividad. Se han creado servicios en función de demandas de la población fomentadas por sectores con intereses específicos que no siempre guardan relación con las necesidades reales de la sociedad.

El propio sistema crea servicios que compiten entre sí para la atención de enfermedades, como las unidades de lípidos o hipertensión arterial a nivel hospitalario, que también son gestionadas en atención primaria, e incluso para no-enfermedades, como la consulta de atención al adolescente. Ello genera, además de una pérdida de eficiencia de los recursos, pérdida de visión integral de la persona y mensajes discordantes que aumentan la incertidumbre y la angustia.

La incorporación al campo sanitario de burocracia externa, como justificantes de ausencias escolares o impresos para vacaciones de la tercera edad, contribuye a fomentar la creencia de que dichas situaciones son dependientes del sistema sanitario.

Industria farmacéutica
El objetivo de cualquier empresa es la obtención de máximos beneficios, por ello es de esperar que la industria se vuelque en ampliar el mercado de sus productos, lo que la convierte en pieza importante en la creación de nuevas enfermedades. El aumento de consumo de un fármaco puede conseguirse de forma más fácil en aquellos casos en que la población esté más sensibilizada.

Fue Ray Moynihan quien en 2006 acuño la definición de «Disease Mongering» (mercantilización de enfermedades), como «la venta de una dolencia que ensancha los límites de lo que es enfermedad con el fin de ampliar los mercados para aquellos que venden y aplican los tratamientos. Es un proceso que convierte a personas sanas en pacientes, produce daño iatrogénico y desperdicia recursos valiosos»14. Dicho autor cuestiona a la industria farmacéutica por considerar que subvenciona la creación de múltiples enfermedades que no lo son y comenta que empleados de la industria farmacéutica habían trabajado con empresas de sondeos de opinión pagadas para ayudar a «desarrollar» la enfermedad; es decir, se habrían llevado a cabo encuestas en las que se reflejaba que dicha enfermedad se había extendido15.

Existen muchas vías para transformar un problema en enfermedad y convencer a la población de que síntomas menores necesitan un tratamiento farmacológico para curarse. Se trata de dónde colocar los límites para considerar y tratar como enfermedad una condición normal de la vida, sin perjuicio de que haya personas que sufren enfermedades reales o formas graves de esos problemas que son los que sí se podrían beneficiar de un tratamiento farmacológico.

En el momento del lanzamiento de un nuevo fármaco se pone en marcha una maquinaria de promoción que tiene la capacidad de involucrar necesarios actores. En primer lugar están los ensayos clínicos, publicados en revistas médicas que cuentan con el prestigio de los investigadores que los realizaron, sus instituciones y el aval de la publicación16. Después están las presentaciones en congresos, donde hablan investigadores involucrados en el estudio o líderes de opinión de la comunidad a la que se quiere impactar. A esa reunión asisten médicos y periodistas científicos, con gastos pagados por los laboratorios17.

Simultáneamente, se moviliza a las asociaciones de pacientes que, con el apoyo de las empresas farmacéuticas, pueden lanzar una campaña para crear conciencia sobre la importancia de la enfermedad en cuestión18. Los periodistas pueden acceder a la publicación, ir al congreso, entrevistar a los líderes de opinión y comunicar este mensaje a las asociaciones de pacientes y a más médicos, pues se ha demostrado que el periodismo científico no solo influye en el público lego, sino también en los expertos, dado que la cobertura de una investigación en medios masivos aumenta el índice de citación de un artículo19.

El uso racional de los recursos públicos se encuentra con problemas que dificultan su aplicación. Por una parte, no se estudia todo, máxime si los productos no son económicamente rentables; tampoco se publica todo, ocultando resultados negativos, y otras veces los estudios no son lo suficientemente amplios o los enfermos seleccionados no son representativos del conjunto3. Especialmente difícil es encontrar estudios rigurosos que comparen los resultados de un fármaco tradicional, barato, de eficacia y seguridad probadas con los de otro nuevo y caro. Además, la difusión por parte de profesionales de renombre en congresos de estudios poco rigurosos, muchas veces no es inocente. Richard Smith, ex editor del British Medical Journal, comentaba: «Las revistas médicas no son más que una prolongación de la rama comercial de las empresas farmacéuticas porque una gran proporción de sus ingresos proviene de sus anuncios y de las separatas de ensayos financiados por las mismas»20.

Etiquetas de enfermedad

No es posible ni ahora ni nunca que la medicina aporte un bienestar completo; los malestares forman parte de la vida de las personas en un momento u otro. La medicina se preocupa de la salud de las personas, pero ¿qué es la salud exactamente? Si una de las razones por las que se pierde la salud es la enfermedad, ¿qué es la enfermedad exactamente?

Un buen modo de abordar estas preguntas es hacerlo por donde suele comenzar la buena medicina, la persona, ese ser humano que se encuentra enfermo y que desea recuperar la salud. Con frecuencia la salud tiene algo de paradójico: es un bien preciado, pero cuando se posee pasa desapercibido. La salud se caracteriza por la ausencia de males de consideración, y por la capacidad que tiene una persona para perseguir sus metas vitales y desenvolverse adecuadamente en contextos sociales y laborales habituales.

El poder de la medicina ha hecho atractiva la idea de «medicalizar» todos los aspectos de la vida que se pueden percibir como problemas médicos. Vivir conlleva momentos de infelicidad y de angustia, pero ¿se deberían tratar?

No todas las necesidades de salud de la población se transforman en demandas, ni todas las demandas implican verdaderas necesidades sanitarias. Debe ser una prioridad de cualquier sistema sanitario facilitar los servicios adecuados a los pacientes que más lo necesitan y evitar dedicar recursos a demandas superfluas. Una correcta utilización de servicios es la que obtiene una cantidad proporcional a las necesidades de salud, se soluciona en el nivel adecuado por los profesionales pertinentes, con la mejor relación coste-beneficio y coste-efectividad21.

Inmersos en esta progresiva medicalización, es frecuente etiquetar como enfermedad problemas como calvicie, timidez, niños inquietos…, o considerar patológicos períodos evolutivos fisiológicos como embarazo o menopausia. Ello genera una angustia desmedida ante síntomas banales, a la vez que una percepción cada vez mayor de vulnerabilidad ante la enfermedad22.

Cada día acuden a las consultas de atención primaria pacientes con molestias o malestares inespecíficos que no se corresponden con una enfermedad orgánica o mental, comunican síntomas tanto somáticos como psíquicos de intensidad leve derivados de problemas personales o de relación y desencadenados por estresantes psicosociales como conflictos laborales, familiares, escolares o duelos.

En la práctica clínica diaria el médico de familia, a veces por falta de tiempo, otras por falta de formación en determinadas áreas, resuelve la consulta con la derivación del paciente al nivel secundario (salud mental u otra especialidad si presenta algún síntoma somático), o bien prescribe un fármaco que con el paso del tiempo será difícil su retirada. Ante estos casos con mucha frecuencia se ponen «etiquetas de enfermedad» a comportamientos o acontecimientos que no son más que elementos que integran el carácter o forma de ser de las personas, o bien simples reacciones ante situaciones vitales.

Ya en 2002 Smith23 define en una de sus publicaciones la «no enfermedad» como un problema humano catalogado desde la perspectiva médica, para el que se obtendrían mejores resultados si no fuera considerado y tratado como tal, y esto conlleva que «no todo sufrimiento es enfermedad».

«Las etiquetas» quitan responsabilidad a quien la padece, pasando esta a ser del sistema sanitario24. La etiqueta genera seguridad diagnóstica con la que el paciente y el profesional se sienten cómodos; al ser enfermedad lo que le ocurre al paciente, existe una etiología, y por tanto este no se siente responsable de lo que le pasa, pues el culpable es externo, no depende de él. Con todo ello, se convierte en enfermo a un individuo sano, lo que puede ser un lastre para toda su vida.


Bibliografía

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miércoles, 25 de septiembre de 2013

Proyecto Salud Antiautoritaria


El Proyecto SDA - Salud Antiautoritaria nace con el objetivode trabajar por el bienestar físico, mental y social, como también por la integridad armoniosa con el medio ambiente.

Nuestro principal objetivo es desarrollar una salud integral y auto gestionada atreves de la investigación, atendiendo y previniendo las diferentes causas que entorpecen la libertad del individuo en el autoaprendisaje y al autoconocimiento para realizarse a sí mismos, en la independencia y el tratado de las enfermedades y afecciones como también en el trabajo y equilibrio con el medio ambiente, tanto físico, mental y social.

Consideramos que la salud debe ser fundamentalmente:

1-Libre
2-autogestionada
3-Integral
4-equitativa
5-Transformadora

1-Salud Libre

La Salud de todo ser no puede depender de ninguna Institución Burócrata y fascista estas han de traducirse en el sacrificio progresivo de la autoridad en beneficio de la libertad, Entendemos, por tanto, todos los modelos de salud inspirados en principios de autoridad, participación económica capitalista y excluyente, deben ser cerradas y abiertas para el bienestar de toda la comunidad.

La comunicación educativa debe fortalecer los conocimientos, aptitudes y actitudes de las personas para participar responsablemente en el cuidado de su salud en cual pueda optar por un estilo de vida saludable, facilitando su logro y conservación de un adecuado estado de salud individual, familiar y colectivo mediante actividades de participación social, apoyo mutuo y autogestión.

La Salud no ha de optar por la privatización ni de la participación de ningún financiamiento estatal ni “pública” o empresarial “privada”. La salud no puede ser un negocio, por lo que nuestros organismos y conciencias tampoco pueden ser mercancía al servicio de los estados, las farmacéuticas, los laboratorios y el resto del aparato sanitario dominante. más bien se debe desarrollar desde y para la libertad progresiva de todo el bienestar de la comunidad.

Consideramos que la salud resuelta desde el autoritarismo es concebida como un sector estratégico dentro del sistema capitalista y es este mismo quien genera las enfermedades, ya que es un factor económico de gran significación, como parte de su estrategia. El ser humano enfermo es un factor determinante en la cadena de valor de la economía en el capitalismo. por lo tanto . La promoción de la salud y la prevención de enfermedades, son obstáculos para sus fines de negocio y diseñan nuevas estrategias para que el mercado crezca y sea rentable.

Para ello, SDA – Salud Antiautoritaria impulsará proyectos cuyo objetivo sea una transformación para la salud, bienestar social ambiental, no tan sólo de reivindicaciones parciales. Se Debe Perseguir el cambio total desde los principios de apoyo mutuo y solidaridad de todo proyecto transformador para eliminar las relaciones de dominación y dependencia.


2- Salud Auto gestionada 


SDA considera necesario formar el sentido crítico y la autonomía personal. Para ello, asumimos los valores de renovación educativa de la salud, dedicados a cambiar la concepción mercantilista de está. 

La autogestión de la salud es un desafío y una aspiración justa y necesaria en el conjunto de la sociedad y que requiere, sin duda, acciones vinculadas al desarrollo de la capacidad de organizarse en centros comunitarios y autogestionados.

Necesitamos facilitadores de la salud como hábiles conocedores de está, persona que no tiene porqué ser un profesional de una medicina hegemónica dominante, sino más bien quienes pueden facilitar las herramientas necesarias para que las personas puedan ser acompañadas en el proceso de “enfermedad” y progresivamente ser capaces de autogestionar su salud.

Este nueva concepción necesita que los y las terapeutas interioricen ese nuevo papel de acompañantes y que pongan sus experiencias y conocimientos en común. Una oportunidad para que las múltiples medicinas y formaciones desemboquen en un continuo aprendizaje en equipo, donde las personas que asumimos el control de nuestra propia salud, seamos una pieza clave en la generación del conocimiento necesario para mantenernos sanas.

Puesto que es de prever que no contaremos con recursos del mercado ni del Estado, y puesto que queremos mantener la salud como derecho propio, es imprescindible poner en práctica un nuevo modelo Integral y autogestionado , donde toda la comunidad colabore para que la sostenibilidad de los centros de salud o particularmente abierta a toda la comunidad, no dependan de las aportaciones económicas de los enfermos, sino de la dignidad y compromiso de todos los vecinos. En ese marco es primordial que el propio profesional o facilitador de la salud, asuma que ya no necesita tener clientes o pacientes para llegar a final de mes, sino ejercer su compromiso con un sistema de salud antiautoritario, solidario y de apoyo mutuo.

No es posible una sociedad en libertad e igualdad sin personas conscientes, preparadas y capacitadas para atender y prevenir de manera autónoma, crítica y analítica. Se han de romper, por tanto, con los dogmas y los prejuicios. Hay que romper con la ignorancia para enfrentarse a un orden social injusto y abrir nuevos caminos a la autogestión.

Para ello, SDA impulsará proyectos cuyo objetivo sea la creación de movimientos y ligas para la salud autogestionadas. En éste sentido, recogemos la tradición de divulgación y formación de los movimientos críticos para promover la concienciación y las relaciones alternativas a la salud dominante. 


3- Salud Integral


SDA considera fundamental una formación completa e integral del individuo. Se trata de convertir la medicina en un desarrollo armónico y progresivo del individuo en los terrenos de lo intelectual, afectivo y social. 

La salud integral no significa la acumulación forzada de un número infinito de nociones sobre todas las cosas. Es necesaria la formación, y la formación permanente, pero no para convertirla en un mercadeo perpetuo de la atención. Siendo el aprendizaje más productivo el autogenerado, se ha de hacer frente o triunfar sobre nuestra interminable marcha a través de las instituciones de salud. No ha de convertirse en la creación de nuevos negocios alrededor de la formación. Todo lo contrario, se trata de que la salud sea entendida como un impulso integral a todas las cualidades del ser humano.

Para ello se han de romper los estrechos marcos de la salud pública y privada. Se han de multiplicar los centros en los que se intenta llevar a la práctica todo un plan de atención permanente, integrando la vida social en las actividades cotidianas de la salud y practica al tiempo que empapando la sociedad de conocimiento, atención y prevención solidaria.

Para ello, SDA impulsará proyectos cuyo objetivo sea la inclusión en los aspectos de formación de nuevos contenidos y nuevos métodos, desde las experiencias de autogestión hasta la edición de materiales propios. Por tanto, se han de buscar nuevos métodos y se han de desarrollar prácticas medicinales Integrales dirigidas a todas las dimensiones de la salud.


4- Salud Equitativa


SDA considera que la Salud debe ser "en" y "para" la equidad. Conseguir una salud general e integral dirigida a todos debe ser el punto de partida para una atención que quiere ser preventiva, solidaria y autogestionada.

Si se busca un proyecto de cambio equitativo, no se ha de caer en la tentación de negar cualquier validez a las transformaciones pedagógicas y la posibilidad de irrumpir en el medio social actual con planteamientos alternativos. Se ha de conseguir vincular lo que se haga en los Hospitales o universidades con lo que se haga fuera de ella, consiguiendo que la realidad irrumpa tanto en salas como las aulas y, al tiempo, que la salud antiautoritaria empape la sociedad.

Para ello, SDA impulsará proyectos cuyo objetivo sean equitativamente gratuitos para todas las capas sociales y desarrollo de proyectos de colaboración y apoyo mutuo que pongan en cuestionen el conocimiento, la competitividad y el egotismo social. Así, frente al "programa oculto" de la salud mercantilista y autoritaria proponemos impulsar redes de aprendizaje alternativas que den la contra a la pedagogía autoritaria de la salud.


5- Salud Transformadora


SDA considera que la salud es un espacio de transformación social. Se ha de apuntar, por tanto, hacia el bienestar de los individuos libres y autónomos, como la preocupación por su medio ambiente y sociedad.

Desde la enseñanza tradicional se han impuesto modelos orientados a conservar las instituciones sociales de salud publicas como privadas y, por tanto, formando individuos estrictamente adaptados a la estructura que ejercen en sus ministerios y organizaciones gubernamentales. Se les enseña a ser buenos pacientes, en lugar de prepararles para cuestionar un sistema de salud injusto y desigual.

Las acusaciones que siempre se han hecho a la salud mercantilista en el sentido de que su objetivo es vender adicciones, enfermedades creadas por las farmacéuticas y cientos de medicamentos y utilidades rentables para negociar tu bienestar. En los modelos de la salud actuales las fuerzas económicas han sentado las bases para que los individuos se acostumbren a obedecer, a comprar y pensar según los dogmas sociales que nos rige los grandes monopolios de la salud internacional.

Y estos principios se basan en el Estado y en el Mercado, es decir, el culto a la autoridad y al dinero. Ambos son Dios y Patria de los nuevos tiempos como lo fueron de los tiempos anteriores. Siempre el culto al poder en sus distintas manifestaciones es lo que se transmite en las propuestas sanitarias. Prácticas de salud que por tanto se alejan en lo posible de una salud que practique y potencie la solidaridad el apoyo mutuo y la autogestión.

La salud debe alejarse de estos modelos. Debe aportar instrumentos de formación para la autoaprendisaje libre y responsable. Analizando las situaciones de injusticia y desigualdad, pero huyendo del adoctrinamiento y respetando al máximo el libre desarrollo de cada personalidad. Para ello la salud antiautoritaria ha de estar centrada en valores radicalmente transformadores.

Para ello, SDA impulsará proyectos cuyo objetivo sea una salud transformadora, libre solidaria y autogestionada.

“ Es proponiéndose lo imposible como el hombre ha logrado siempre lo posible. Aquellos que se han ceñido prudentemente a lo que les parecía factible, jamás han avanzado un solo paso.” 

jueves, 15 de agosto de 2013

Reflexiones sobre el trabajo

La mayor parte de la gente da por sentado hoy en día que todo trabajo es útil, y la mayoría de la gente acomodada, que todo trabajo es deseable. La mayoría, sea o no acomodada, cree que, cuando un hombre está haciendo un trabajo que es aparentemente inútil, de todas formas se está ganando la vida con él —está «empleado», como dice la expresión—; y la mayoría de los que son gente acomodada animan con felicitaciones y alabanzas al feliz trabajador que se priva de todo placer y vacaciones por la sagrada causa del trabajo. En suma, se ha convertido en un artículo de fe de la moral moderna que todo trabajo es bueno en sí mismo, una creencia conveniente para quienes viven del trabajo de otros. Pero en lo que se refiere a estos últimos, a cuya costa viven aquéllos, les recomiendo no creerles en su totalidad, sino que profundicen en la cuestión un poco más.
Admitamos, en primer lugar, que el género humano no tiene más remedio que, o bien trabajar, o bien perecer. La Naturaleza no nos concede nuestro sustento gratis: nos lo tenemos que ganar mediante un trabajo de alguna especie o grado.
Pueden ustedes estar seguros de que así es, de que es propio de la naturaleza del hombre, cuando no se halla enfermo, disfrutar de su trabajo dadas ciertas condiciones. Y, sin embargo, debemos decir, en contra de la mencionada alabanza hipócrita de todo trabajo, cualquiera que éste sea, que hay trabajos que, lejos de ser una bendición, son una maldición, que sería mejor para la comunidad y para el trabajador si a este último le diera por cruzarse de brazos, negarse a trabajar, y prefiriera o morir o dejar que le mandáramos a un asilo de pobres o a la cárcel.
Como ven, hay dos tipos de trabajo: uno bueno y otro malo; uno no muy alejado de ser una bendición y de hacer más fácil y alegre la vida; el otro una maldición, un lastre para nuestra vida.
¿Cuál es, entonces, la diferencia entre ellos? Esta: uno contiene esperanza, el otro no. Es de hombres hacer un tipo de trabajo y de hombres también negarse a hacer el otro.
¿Y cuál es la naturaleza de la esperanza que, cuando está presente en el trabajo, hace que merezca la pena realizarlo? Es una triple esperanza, según creo: la esperanza en el descanso que vendrá, la esperanza en el producto que obtendremos y la esperanza del placer que hallaremos en el trabajo mismo; y la esperanza, también, de que haya abundancia y calidad en todas esas cosas. Esto es, un descanso lo bastante largo y bueno para que merezca la pena descansar, un producto que le merezca la pena obtener a todo el que no sea ni un tonto ni un asceta, un placer lo bastante intenso como para que tengamos conciencia de él mientras trabajamos y no un mero hábito.
He colocado la esperanza de descansar en primer lugar porque es la parte más simple y natural de nuestra esperanza. Por mucho placer que se encuentre en la realización de algunos trabajos, lo cierto es que todo trabajo conlleva siempre un esfuerzo, un sufrimiento: el esfuerzo animal que supone movilizar nuestras dormidas energías para que entren en acción, o el miedo animal al cambio cuando nos sentimos a gusto; y la compensación por ese esfuerzo animal es un descanso animal. Cuando estamos trabajando tenemos que saber que llegará el momento en que no tengamos que seguir trabajando. Asimismo, llegue el descanso, debe ser lo bastante largo como para poder disfrutarlo; debe durar más de lo que es simplemente necesario para recuperar la fuerza de trabajo que hemos consumido en el trabajo, y debe ser también un descanso animal en el hecho de que no ha de ser perturbado por la ansiedad o, de lo contrario, no seremos capaces de disfrutarlo. Mientras tengamos esa cantidad y clase de descanso, no estaremos en peor situación que las bestias.
En cuanto a la esperanza de cosechar el producto, ya he dicho que la Naturaleza nos obliga a trabajar con ese fin. A nosotros nos corresponde encargarnos de que de verdad sea algo lo que produzcamos, y no nada, o al menos nada que no queramos o podamos utilizar. Mientras cuidemos de esto y dirijamos nuestra voluntad a ese objetivo, seremos mejores que las máquinas.
La esperanza de hallar placer en el trabajo mismo: ¡cuán extraña debe parecer esa esperanza a algunos de mis lectores, a la mayoría de ellos! Empero, yo opino que todas las criaturas encuentran placer en el ejercicio de sus energías y que incluso las bestias disfrutan siendo ágiles y rápidas y fuertes. Mas un hombre que, al trabajar, sabe que algo tendrá existencia porque él está trabajando y poniendo su voluntad en ello, está ejercitando tanto las energías de su mente y espíritu como las de su cuerpo. La memoria y la imaginación le ayudan mientras trabaja. No sólo sus propios pensamientos, sino también los de hombres de otras épocas guían sus manos; y, como parte del género humano, crea.
Mientras trabajemos así seremos hombres y nuestros días serán felices y memorables. Así pues, el trabajo valioso lleva aparejada la esperanza en el placer del descanso, la esperanza en el placer de usar lo que producimos y la esperanza en el placer que nos proporcionará el ejercicio de nuestra destreza creativa de cada día.
Cualquier otro trabajo que no sea así carece de valor; es trabajo de esclavos: simple trabajo de bestias para poder vivir, vivir para trabajar.
Ahora bien, la primera cosa y la más fácil de advertir en relación con el trabajo realizado en la civilización es que se halla distribuido de forma muy desigual entre las distintas clases de la sociedad. En primer lugar, existen personas —y no precisamente unas pocas— que no trabajan ni simulan trabajar. A continuación están las personas, un gran número de ellas, que trabajan bastante, aunque con comodidades y vacaciones en abundancia, reclamadas y concedidas.
Por último, hay personas que trabajan tanto que puede decirse que no hacen otra cosa que trabajar, y por ello son llamadas «clases trabajadoras», para distinguirlas de las clases medias y de los ricos o aristocracia, a los que he mencionado antes.
Pues, en primer lugar, en lo que concierne a los ricos que no trabajan, todos sabemos que consumen muchísimo, a pesar de no producir nada. Por lo tanto, se les tiene que mantener claramente a expensas de aquellos que sí trabajan, y son una mera carga para comunidad.
Por otra parte, esa clase, la aristocracia, en una época considerada la más necesaria al Estado, es escasa en número y no tiene ahora ningún poder propio, sino que depende del apoyo de la clase que le sigue inmediatamente: la clase media. Efectivamente, ésta está formada por los hombres de más éxito de esa clase, o bien por sus descendientes directos.
En cuanto a la clase media, que incluye en su seno las clases comerciante, manufacturera y profesional de nuestra sociedad, parece, por regla general, que trabaja bastante y por tanto, a primera vista, podría considerarse que ayuda a la comunidad y que no constituye carga alguna. Sin embargo, la mayor parte de esas personas, aunque trabajen, no producen, y consumen, sin embargo, en cantidades fuera de toda proporción con lo que les correspondería.
Y todos éstos tienen normalmente, conviene recordar, un objetivo a la vista: no la producción de servicios útiles en muchos casos, sino la consecución de una posición para sí mismos y para sus hijos que les permita no tener que trabajar en absoluto. Es su ambición y la meta de su vida entera obtener, si no para sí mismos, al menos para sus hijos, la sublime posición de ser una carga evidente para la comunidad.
A continuación está toda la masa de gente empleada en la produccion de todos esos artículos de lujo cuya demanda es el resultado de la existencia de clases ricas e improductivas; cosas que nunca pediría y con las que nunca soñaría gente que llevara una vida noble, no corrupta. A estas cosas, sea quien sea el que me contradiga, me negaré siempre a llamar riqueza: no son riqueza, sino desperdicio. Riqueza es todo aquello que nos proporciona la Naturaleza y todo aquello que un hombre sensato puede construir con los dones de la Naturaleza para un uso razonable. La luz del sol, el aire fresco, la faz de la tierra sin estropear, la comida, el vestido, y una vivienda necesaria y digna; la acumulación de conocimiento de todas clases y el poder de extenderlo; los medios de comunicación libres entre hombre y hombre; las obras de arte, la belleza que el hombre crea cuando es más plenamente hombre, lleno de aspiraciones y atención en su trabajo. Eso es la riqueza. Y no puedo pensar en nada que merezca la pena tener que no pueda aparecer bajo uno de esos encabezamientos.
Ahora bien, existe una industria aún más triste, en la que muchos se ven obligados a trabajar, muchísimos de nuestros trabajadores: la fabricación de artículos que les son necesarios a ellos y a sus hermanos precisamente porque son una clase inferior. Pues si muchos hombres viven sin producir, es más, tienen que llevar vidas tan vacías y estúpidas como para forzar a una gran parte de los trabajadores a producir artículos que nadie necesita, ni siquiera los ricos, se sigue de ello que la mayoría de los hombres han de ser pobres; y, viviendo como viven con los salarios que proceden de aquellos a los que mantienen, no pueden conseguir para su uso los bienes que los hombres desean naturalmente, sino que no tienen más remedio que aguantarse con lamentables sucedáneos, con comida tosca que no alimenta, con ropa infame que no abriga, con casuchas miserables que bien podrían hacer que un habitante de ciudad en nuestra civilización sintiera nostalgia de la tienda de una tribu nómada o de la cueva del salvaje prehistórico. Pero es más: los trabajadores tienen, incluso, que colaborar en el gran invento industrial de nuestro tiempo, la adulteración, y, prestando esa ayuda, producir para su propio uso simulacros y ridículas imitaciones del lujo de los ricos; y es que los asalariados tienen siempre que vivir como les ordenen los que pagan los salarios, y hasta sus propios hábitos de vida les han sido impuestos por sus amos.
En resumen, en lo que concierne a la forma de trabajo de los Estados civilizados, estos Estados están formados por tres clases: una clase que ni siquiera simula trabajar, una clase que sí tiene pretensiones de trabajar pero que no produce nada, y una clase que trabaja pero que es obligada por las otras dos clases a hacer un trabajo que con frecuencia es improductivo.
La civilización, por tanto, derrocha sus propios recursos y lo seguirá haciendo mientras dure el presente sistema. Estas son palabras frías para describir la tiranía bajo la cual sufrimos; intenten, pues, pensar en lo que significan. Hay en el mundo una cierta cantidad de recursos y fuerzas naturales, así como una cierta cantidad de energía laboral inherente a los hombres que lo habitan.
¿Qué es, entonces, lo primero que hay que hacer? Hemos visto cómo la sociedad moderna se divide en dos clases, una de las cuales tiene el privilegio de ser sostenida por el trabajo de la otra, es decir, obliga a la otra a trabajar para ella y le roba a esta clase inferior todo lo que puede quitarle y utiliza la riqueza así arrebatada para mantener a sus propios miembros en una situación de superioridad, para convertirlos en seres de un orden superior a los otros: seres que viven más, que son más bellos, más respetados, más refinados que los de la otra clase. Como, por otra parte, no sabe utilizar la fuerza de trabajo de la clase inferior de forma honrada, para producir una riqueza auténtica, la derrocha íntegramente produciendo basura.
Es este robo y derroche por parte de la minoría lo que mantiene pobre a la mayoría; si pudiera demostrarse que es necesario conformarse con esta situación para salvaguardar la sociedad, poco más podría decirse sobre este asunto, salvo que la desesperación de la mayoría oprimida acabaría alguna vez por destruir la Sociedad. Pero se ha demostrado, por el contrario, incluso mediante experimentos como el Cooperativismo, que la existencia de una clase privilegiada no es en absoluto necesaria para el «gobierno» de los productores de riqueza o, en otras palabras, para el mantenimiento del privilegio.
El primer paso que habría que dar sería la abolición de una clase de hombres que tienen el privilegio de eludir sus deberes como hombres y que, de este modo, pueden obligar a otros a hacer el trabajo que ellos se niegan a hacer.
Todo el mundo debe trabajar de acuerdo con su destreza y producir, así, lo que consume; esto es, cada hombre debería trabajar lo mejor que sabe para conseguir su propio sustento y su sustento debería asegurársele, es decir, todos los beneficios que la sociedad proporcionaría a todos y cada uno de sus miembros.
De esta manera se fundaría, por fin, una verdadera Sociedad. Esta descansaría sobre la igualdad de condición. Ningún hombre sería atormentado en beneficio de otro; es más, ni un solo hombre sería atormentado en beneficio de la Sociedad. Ni tampoco puede llamarse Sociedad a un orden que no sea mantenido en beneficio de todos y cada uno de sus miembros.
Pero, puesto que los hombres viven ahora pobremente como viven, de forma que mucha gente no produce en absoluto y se desperdicia tanto trabajo, está claro que, en unas condiciones en las que todos produjeran y no se derrochase trabajo, no solamente trabajarían todos con la esperanza segura de obtener con su trabajo la parte que les correspondiera de riqueza, sino también sabiendo que no les faltaría el descanso merecido. Aquí tenemos, pues, dos de las tres clases de esperanza mencionadas antes como una parte esencial de todo trabajo valioso que se han de asegurar al trabajador. Cuando el robo de clase sea abolido, cada hombre cosechará el fruto de su trabajo y cada hombre tendrá el descanso que le corresponde, esto es, tiempo libre.
Mientras el trabajo sea repulsivo, seguirá siendo una carga que tenemos que soportar a diario y que, incluso aunque fueran pocas las horas de trabajo, estropearía nuestra vida. Lo que queremos hacer es aumentar nuestra riqueza sin que disminuya nuestro placer. La Naturaleza no será conquistada hasta que nuestro trabajo se convierta en una parte del placer de nuestras vidas.
El primer paso para liberar a la gente de la obligación de trabajar nos pondrá, al menos, en camino hacia ese objetivo feliz, pues tendremos entonces tiempo y oportunidades para realizarlo. Tal y como están las cosas ahora, entre el desperdicio de fuerza de trabajo producido por la ociosidad y el desperdicio provocado por un trabajo improductivo, está claro que el mundo civilizado es sostenido por una parte pequeña de su gente; si todos trabajaran útilmente para su mantenimiento, la proporción de trabajo que cada uno tendría que realizar sería pequeña y nuestro nivel de vida estaría más o menos a la altura del que las personas acomodadas y refinadas creen en la actualidad que es deseable.

Extractos de "Trabajo útil vs. Trabajo inútil" William Morris.1885

jueves, 11 de julio de 2013

El mensaje del ocio


Dicen algunos especialistas, como si fuese una verdad revelada que sólo un hereje o un ignorante osarían cuestionar, que el consumo es el soporte de la economía. Para consumir es necesario dinero. Para tener dinero es necesario trabajar. Si pretendemos acceder a todo lo que se nos propone consumir (con la consecuente promesa de conseguir así felicidad, seguridad, atracción, certezas, poder, etcétera), tendremos que trabajar mucho. La consecuencia es lógica: no nos quedará tiempo libre. 
Y el que nos quede lo viviremos, como dice nuestra amiga Inés, con la culpa originada en la sensación de no ser "productivos". Consumir qué, consumir cuánto, consumir para qué, consumir a qué costos (emocionales, vinculares, de salud) no es cosa que preocupe a aquellos especialistas.

Ahora bien, ¿la productividad es tal sólo cuando sus frutos son tangibles, contables y materiales? Los antiguos y sabios griegos no lo veían así. Aristóteles decía que, cuando no está obligado a trabajar, el ser humano se encuentra con su naturaleza verdadera, no alienada, y allí surgen su creatividad y su espíritu en plenitud. En su clásica "Utopía" , el político y teólogo humanista inglés, Tomas Moro (1478-1535) sostenía que seis horas diarias de trabajo alcanzan para atender las necesidades reales de la existencia. En su ensayo "La pereza y la celebración de lo humano", incluido en la provocativa compilación "Contra la cultura del trabajo", debida a Eduardo Sartelli , el profesor de economía argentino Pablo Rieznik rescata aquella y otras ideas. Como las de Tommaso Campanella (1568-1639), poeta y filósofo italiano que veía como suficiente una jornada diaria de cuatro horas para ambos sexos. O las de Robert Owen (1771-1858), inglés, padre del cooperativismo, para quien más allá de las ocho horas de "productividad" se empieza a perder la salud, la inteligencia y la felicidad.

Hasta la Edad Media, ocio y culpa no fueron juntos. Como recuerda el escritor, periodista y estudioso de este tema Osvaldo Baigorria (autor de Con el sudor de tu frente ), se instaló una nueva moral "que logró trasmutar la condena bíblica (ganarás el pan con el sudor de tu frente) en una bendición. En la nueva moral, el ocio fue un contravalor". Poco después, Benjamín Franklin aplicaría su consejo de que "el tiempo es oro" y no hay que perderlo en actividades "innecesarias". Así llegamos a hoy, una posmodernidad en la que, mientras aceleramos en una carrera de promesas ambiguas y destino incierto, el neg-ocio (etimológicamente, negación del ocio) prevalece sobre el ocio. Se estigmatizan la contemplación, el puro sentir, el ser y estar en un aquí y ahora esenciales, el encuentro, la charla, la lectura lenta, el re-descubrimiento de los sonidos, colores y perspectivas de la naturaleza. El ser antes que hacer para tener. Se pretende que hasta el ocio sea productivo (una verdadera contradicción en los conceptos). Se desconoce el derecho de la mente, el cuerpo y el alma al silencio, al reposo, al no hacer. Y se suele pagar, por ello, con síntomas, a menudo graves, de ese mismo cuerpo, esa misma mente, esa misma alma.

El psiquiatra francés de origen ruso Cyrille Koupernik (1917-2008) sostenía que la obsesión con la productividad, el estar siempre haciendo, "permiten evitar el trágico reconocimiento del vacío de la propia existencia, ligado a la insatisfacción de los deseos, a la soledad afectiva". Para Koupernik, "el que está ocupado no piensa". O, al menos, sólo piensa en aquello que lo ocupa. Desvalorizar el ocio, huir de él, significa, paradójicamente, perder un tiempo precioso. El tiempo de encontrarse consigo mismo, de explorar el itinerario existencial, de hacerse consciente de la propia vida y de descubrirse como un ser trascendente. Se dirá que son tiempos duros y hay que trabajar. Es innegable. Pero que el árbol de lo temporal no tape el bosque de lo esencial. Aun en tiempos duros importa la actitud hacia el trabajo y hacia el ocio. Porque es una actitud hacia la vida que se mantendrá en tiempos mejores.

Sergio Sinay

domingo, 19 de mayo de 2013

Balance - Cortometraje 1989

Producido y dirigido por los hermanos Wolfgang y Christoph Lauenstein

La historia de este cortometraje nos muestra a cinco personas que viven en una pequeña plataforma flotante suspendida en el espacio. Cada vez que uno de ellos se mueve, los demás deben hacer lo mismo para garantizar que la plataforma no se vuelque. Los cinco individuos trabajan en equipo para mantener el equilibrio de dicha plataforma. En uno de los momentos, los cinco personajes sacan del interior de su chaqueta una especie de caña para pescar con la cual cada uno se pondrá a “pescar” en un extremo de la plataforma. Uno de ellos logra “pescar” lo que parece ser una caja que traerá consigo muchos problemas...

viernes, 12 de abril de 2013

El Estado según Nietzche


Pintura:Saturno devorando a sus hijos
Francisco de Goya. 1819.1823

Del nuevo ídolo
Así Habló Zaratustra


En algún lugar existen todavía pueblos y rebaños, pero no entre nosotros, hermanos míos: aquí hay Estados.
¿Estado? ¿Qué es eso? ¡Bien! Abrid los oídos, pues voy a deciros mi palabra sobre la muerte de los pueblos.
Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: “Yo el Estado, soy el pueblo”.
¡Es una mentira! Creadores fueron quienes crearon los pueblos y suspendieron encima de ellos una fe y un amor; así sirvieron a la vida.
Aniquiladores son quienes ponen trampas para muchos y las llaman Estado: éstos suspenden encima de ellos una espada y cien concupiscencias.
Donde todavía hay pueblo, éste no comprende al Estado y lo odia, considerándolo mal de ojo y pecado contra las costumbres y los derechos.
Esta señal os doy; cada pueblo habla su lengua propia del bien y del mal: el vecino no la entiende. Cada pueblo se ha inventado un lenguaje en costumbres y derechos.
Pero el Estado miente en todas las lenguas del bien y del mal; y diga lo que diga, miente – y posea lo que posea, lo ha robado. Falso es todo en él; con dientes robados muerde, ese mordedor. Falsas son incluso sus entrañas.
Confusión de lenguas del bien y del mal: esta señal os doy como señal del Estado. ¡En verdad voluntad de muerte es lo que esa señal indica! ¡En verdad, hace señas a los predicadores de la muerte!
Nacen demasiados: ¡para los superfluos fue inventado el Estado!
¡Mirado cómo atrae a los demasiados! ¡Cómo los devora y los masca y los rumia!
“En la tierra no hay ninguna cosa más grande que yo: yo soy el dedo ordenador de Dios” – así ruge el monstruo. ¡Y no sólo quienes tienen orejas largas y vista corta se postran de rodillas!
¡Ay, también en vosotros los de alma grande susurra él sus sombrías mentiras! ¡Ay, él adivina cuáles son los corazones ricos, que con gusto se prodigan!
¡Si, también os adivina a vosotros los vencedores del viejo Dios! ¡Os habéis fatigado en la lucha, y ahora vuestra fatiga continúa prestando servicio al nuevo ídolo!
¡Héroes y hombres de honor quisiera colocar en torno a sí el nuevo ídolo! ¡Ese frío monstruo – gusta de calentarse al sol de buenas conciencias!
Todo quiere dároslo a vosotros el nuevo ídolo, si vosotros lo adoráis: por ello se compra el brillo de vuestra virtud y la mirada de vuestros ojos orgullosos.
¡Quiere que vosotros le sirváis de cebo par pescar a los demasiados! ¡Sí, un artificio infernal ha sido inventado aquí, un caballo de muerte, que tintinea con el atavío de honores divinos!
Si, aquí ha sido inventada una muerte para muchos, la cual se precia a sí misma de ser vida: ¡en verdad, un servicio íntimo para todos los predicadores de muerte!
Estado llamo yo al lugar donde todos, buenos y malos, son bebedores de venenos: Estado, al lugar en que todos, buenos y malos se pierden a si mismos: Estado, al lugar donde el lento suicidio de todos – se llama “la vida”
¡Ved, pues a esos superfluos! Enfermos están siempre, vomitan su bilis y lo llaman periódico. Se devoran unos a otros y ni siquiera pueden digerirse.
¡Ved, pues a eso superfluos! Trepan unos por encima de otros, y así se arrastran al fango y a la profundidad.
Todos quieren llegar al trono: su demencia consiste en creer – ¡que la felicidad se asienta en el trono! Con frecuencia es el fango el que se asienta en el trono – y también a menudo el trono se asienta en el fango.
Dementes son para mí todos ellos, y monos trepadores, y fanáticos. Su ídolo, el frío monstruo, me huele mal: mal me huelen todos ellos juntos, esos servidores del ídolo.
Hermanos míos, ¿es que queréis asfixiaros con el aliento de sus hocicos y de sus concupiscencias? ¡Es mejor que rompáis las ventanas y saltéis al aire libre!
¡Apartaos del mal olor! ¡Alejaos del humo de esos sacrificios humanos!
Aún está la tierra a disposición de las almas grandes. Vacíos se encuentran aún muchos lugares para eremitas solitarios o en pareja, en torno a los cuales sopla el perfume de mares silenciosos.
Aún hay una vida libre a disposición de las almas grandes. En verdad, quien poco posee, tanto menos es poseído: ¡alabada sea la pequeña pobreza!
Allí donde el Estado acaba comienza el hombre que no es superfluo: allí comienza la canción del necesario, la melodía única e insustituible.
Allí donde el Estado acaba, – ¡mirad allí, hermanos míos! ¿No veis el arco iris y los puentes del superhombre!

sábado, 2 de marzo de 2013

La Libertad Liberal y la Libertad Libertaria


"[...] Querer la libertad liberal induce a inscribirse en el movimiento gregario y supone no tener que obligarse a reflexionar, analizar, comprender, pensar; es decir, ahorrarse todo esfuerzo crítico propio, pues basta con obedecer. De manera que el deseo, convertido en inactivo y hasta imposible, lleva a la servidumbre voluntaria. De la misma manera, ésta ofrecerá a la gran mayoría la satisfacción de volver a experimentar el calor animal de los rebaños, lejos del antiguo recuerdo de viento frío que venía de las cumbres, donde se avanza en soledad. El grupo toma a su cargo a quienes sacrifican toda voluntad propia para no tener que definirse sino, en para y por el numero. y les transmite poderosas sensaciones del espíritu de casta. El servicio voluntario parece jubiloso a las almas bien pagadas por el salario de la renuncia a la individualidad y las garantías de domesticidad: es así como se aseguran poder ser como todo el mundo en esa carrera que conduce al abismo, pero en medio del rebaño.
Fuera de los senderos marcados y las autopistas mentales, la libertad libertaria inquieta. Supone el combate, el temor, la incertidumbre, las dificultades, una inmensa soledad y, con bastante frecuencia, la sorprendente sensación de sentirse extraño al medio de quienes parecen ser nuestros semejantes. La elección angustia, las latitudes que se ofrecen en su multiplicidad producen desconciertos existenciales. Tener que aventurarse en un camino que ha de ser inventado despierta antiguos terrores, fantasmas de impotencias y miedos alimentados por el riesgo del fracaso.[...]
El repudio de esta libertad libertaria es lo que hace desear la libertad liberal, acabada, lista para usar, que ahorra todo esfuerzo imaginable. Más aun cuanto que la preferencia por la primera produce satisfacciones únicamente personales y solipsistas. En cambio, la elección de la segunda hace posible una serie de compensaciones simbólicas que, en la vida cotidiana, complacen a los náufragos de su individualidad, pues así son asimilados a funciones en las que se eles teme, ensalza, ve era o admira como prototipos del éxito social.[...]"

-Política del rebelde -M.Onfray

martes, 8 de enero de 2013

Escapar de la tela de araña

Somos moscas atrapadas en una telaraña. Comenzamos a partir de un desorden enmarañado porque no hay otro lugar desde el cual comenzar. No podemos empezar simulando que estamos fuera de la disonancia de nuestra propia experiencia, pues hacerlo sería mentir. Corno moscas atrapadas en una red de relaciones sociales que están más allá de nuestro control, sólo podemos tratar de liberamos cortando los hilos que nos aprisionan.
Sólo negativamente, críticamente podemos intentar emanciparnos a nosotros mismos, alejarnos del lugar en que estamos. No se trata de que criticamos porque estamos mal adaptados, porque queremos ser difíciles. Es sólo que la situación negativa en la que existimos no nos deja otra opción: vivir, pensar, es negar de cualquier manera que podamos la negatividad de nuestra existencia. "¿Por qué sos tan negativa?", le pregunta la araña a la mosca. "Sé objetiva, olvida tus prejuicios". Pero no hay manera de que la mosca pueda ser objetiva, por más que quiera: "Mirar la telaraña objetivamente, desde afuera: ¡qué sueño!", dice la mosca, "¡Qué sueño vacío y decepcionante!". Por el momento, sin embargo, cualquier estudio de la telaraña que no comience por el hecho de que la mosca está atrapada en ella es simplemente una mentira.
Estamos desequilibrados, somos inestables. No gritamos porque estamos sentados en un sillón, sino porque estamos cayendo desde un peñasco. El pensador que se encuentra sentado en el sillón supone que el mundo que lo rodea es estable, que las disrupciones en el equilibrio son anomalías que deben ser explicadas. Referirse a alguien con los términos" desequilibrado" o "inestable" resulta entonces peyorativo, son términos que descalifican lo que decimos. Para nosotros, los que estamos cayendo desde el peñasco (y aquí el nosotros, quizás, incluye a toda la humanidad), sucede exactamente lo contrario: vemos el mundo como un movimiento borroso. El mundo es un mundo de desequilibrio y lo que se debe explicar es el equilibrio y el supuesto de un equilibrio.

Nuestro grito no es sólo de horror. No gritamos porque enfrentemos la muerte segura en la tela de araña, sino porque soñamos con liberarnos. Gritamos mientras caemos desde el peñasco, no porque estemos resignados a ser despedazados contra las rocas sino porque todavía tenemos la esperanza de que podría ser de otra manera. Nuestro grito es un rechazo de la aceptación. Es un rechazo a aceptar que la araña nos comerá, un rechazo a aceptar que moriremos entre los peñascos, un rechazo a aceptar lo inaceptable. Un rechazo a aceptar la inevitabilidad de la desigualdad, de la miseria, de la explotación y de la violencia creciente. Un rechazo a aceptar la verdad de lo falso, a no tener escape. Nuestro grito es un rechazo a revolcamos en el hecho de ser víctimas de la opresión, a sumergimos en una "melancolía de izquierda".

Holloway-Cambiar al mundo sin tomar el poder