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miércoles, 24 de noviembre de 2010

El veneno del nazionalismo


El nacionalismo, como cualquier otro fanatismo, ademas de las nefastas connotaciones sociales a las que lleva, cabe destacar: racismo, guerra, xenofobia, fronteras y muchas otras, posee su raíz psicológica en la identificación con algo que le de sentido a nuestras vidas. Nuestro "yo" para alimentarse, requiere de identificaciones constantes: con una nación, con un partido político, con un sistema religioso. Esto nos hace sentir "pertenecientes a...", yo soy esto, yo soy lo otro; la no-pertenecia al "yo" lo hace sentir chiquito, casi inexistente y sin valor. La incertidumbre y el estado de "no se" son uno de sus peores enemigos. No nos damos cuenta que detrás de estas identificaciones viene la división, el conflicto. Este sentido de pertenencia nos hace rechazar y combatir todo lo que no esté dentro de su circulo.
El nacionalismo es uno de los peores venenos por el cual el ser humano puede ser poseído.
A continuación coloco un fragmento del libro "La libertad primera y última" de J.Krishnamurti:

¿Cómo nos libramos del nacionalismo? Sólo comprendiendo plenamente lo que él implica, examinándolo, captando su significación en la acción externa e interna. En lo externo, él causa divisiones entre los hombres, clasificaciones, guerras y destrucción, lo cual es obvio para cualquiera que sea observador. En el fuero íntimo, psicológicamente, esta identificación con lo más grande, con la patria, con una idea, es evidentemente una forma de autoexpansión. Viviendo en una pequeña aldea, o en una gran ciudad, o donde sea, yo no soy nadie; pero si me identifico con lo más grande, con el país, si me llamo a mí mismo hindú, ello halaga mi vanidad, me brinda satisfacción, prestigio, una sensación de bienestar; y esa identificación con lo más grande, que es una necesidad psicológica para los que sienten que la expansión del “yo” es esencial, engendra asimismo conflicto, lucha entre los hombres. De suerte que el nacionalismo no sólo causa conflictos externos, sino frustraciones íntimas; y cuando uno comprende el nacionalismo, todo el proceso del nacionalismo, éste se desvanece. La comprensión del nacionalismo llega mediante la inteligencia. Es decir, observando cuidadosamente, penetrando el proceso integro del nacionalismo, del patriotismo, surge de ese examen la inteligencia; y entonces no se produce la substitución del nacionalismo por alguna otra cosa. En el momento en que reemplazás el nacionalismo por la religión, la religión se convierte en otro medio de autoexpansión, en una fuente más de ansiedad psicológica, en un medio de alimentarse uno mismo con una creencia. Por lo tanto, cualquier forma de substitución, por noble que sea, es una forma de ignorancia. Es como alguien que substituyera el fumar por la goma de mascar o el fruto del betel. En cambio, si uno comprende realmente, y en su totalidad, el problema del fumar, de los hábitos, sensaciones, de las exigencias psicológicas y todo lo demás, el vicio de fumar desaparece. Sólo podéis comprender cuando hay un desarrollo de la inteligencia, cuando la inteligencia funciona; y la inteligencia no funciona cuando hay substitución. La substitución es simplemente una forma de autosoborno, de incitaros a que no hagas esto pero sí hagas aquello. El nacionalismo con su veneno, sus miserias y la lucha mundial que acarrea sólo desaparece cuando hay inteligencia, y la inteligencia no surge por el mero hecho de pasar exámenes y estudiar libros. La inteligencia surge cuando comprendemos los problemas a medida que se presentan. Cuando hay comprensión del problema en sus diferentes niveles -no sólo en la parte externa sino de lo que él implica en su aspecto interno, psicológico-, entonces, en ese proceso, la inteligencia se manifiesta. Cuando hay, pues, inteligencia, no hay substitución; y cuando hay inteligencia desaparece el nacionalismo, el patriotismo, que es una forma de estupidez.

viernes, 5 de noviembre de 2010

La mentalidad mercantilista


La regla de oro en toda actividad comercial es: “en el intercambio de bienes siempre debes ganar más de lo que pierdes”. Esta idea implementada y practicada en todo el sistema económico-comercial tiene profundas implicancias en nuestra forma de pensar y de vivir a tal punto que el axioma mencionado lo trasladamos y lo manifestamos diariamente en las relaciones interpersonales. Todas las acciones humanas, incluso el amor, son tratadas como mercancías intercambiables con un valor determinado y uno debe salir beneficiado de dichas transacciones. Escribo aquí una cita de Emma Goldman muy apropiada al caso que marca esto del “amor mercancía”: " Si el amor no sabe cómo dar y recibir sin restricciones, no es amor, sino una transacción que nunca deja de insistir en más o menos. "

Prácticamente no hay actividad humana no atravesada, no tocada, no infectada por este desgraciado enunciado. Cuando al menos en las actividades comerciales no pareciera tener aparejado ningún tipo de perjuicio (punto sumamente discutible), es el responsable de la mecanización y negociación constante de nuestras infelices relaciones.

Debido a esto, el ser humano, el “otro”, no es visto como un “otro” con todas sus potencialidades y sus singularidades sino como “alguien que puede servir para algo”, como una cosa. Es decir, vemos a nuestros pares como un medio para conseguir algo y no como un fin en sí mismo. Con esta visión del “otro” tejemos nuestras relaciones habituales con la familia, la pareja y la sociedad transformando al individuo en un objeto/cosa/medio/mercancía. Indudablemente, de este tipo de relaciones no puede esperarse más que el sentimiento inherente de posesión, ambición, celos, desencuentros, discusiones, egoísmo y todo tipo de los ya conocidos problemas relacionales. Vuelvo a citar, para aclarar el panorama, ahora a Erich Fromm: “En una cultura en la que prevalece la orientación mercantíl y en la que el éxito material constituye el valor predominante, no hay en realidad motivos para sorprenderse de que las relaciones amorosas humanas sigan el mismo esquema que gobierna el mercado de bienes y de trabajo.”

¿Cómo es posible que una relación sea virtuosa cuando espero mi satisfacción personal por medio de un “otro” al que solo veo como objeto? Una relación de esta estirpe solo puede generar desdicha y crueldad. No es posible, hoy en día, ver a la “otra persona” sin la pantalla, sin el tamiz, de la mentalidad mercantilista y de este modo generamos relaciones infructuosas y sociedades hondamente enfermas y egoístas.

Una sociedad sana requiere de relaciones sanas y hasta que no abolamos este “sentimiento mercantilista” de nuestras vidas seguiremos construyendo y padeciendo todas las crueldades y las infelicidades que nuestra sociedad actual cultiva. Es momento ya de un lavado cerebral para barrer con la mentalidad mercantilista.