Admito que el orden actual, tanto el político como el civil y el social existentes en cada país, es el resumen final o el resultado del choque, de la lucha, del triunfo y de la aniquilación mutua, como así también de la combinación e interacción de todas las fuerzas heterogéneas, tanto internas como externas, que operan en un país y actúan sobre él. ¿Qué se deduce de esto? En primer lugar, que es posible un cambio del orden dominante y que tal cambio sólo puede darse como resultado de la modificación del equilibrio de fuerzas que actúan en una sociedad.
Lo cierto es que desde el comienzo de la historia, en todos los países -aun en los más cultos e inteligentes- la suma total de las fuerzas sociales está dividida en dos categorías principales, que difieren esencialmente entre sí y casi siempre se oponen. Una categoría abarca las fuerzas inconscientes, instintivas, tradicionales y, por así decirlo, elementales, las que están escasamente organizadas aunque vivas y en movimiento, mientras que la otra presenta una suma incomparablemente menor de fuerzas conscientes, organizadas, unidas con vistas a un fin y que actúan y se estructuran mecánicamente según un plan dado. La primera categoría abarca varios millones de personas y en muchos sentidos una considerable mayoría de las clases instruidas y privilegiadas e inclusive las capas inferiores de la burocracia y del ejército; la clase gobernante, militar y burocrática, por su naturaleza esencial, las ventajas de su posición y su expeditiva organización, más o menos mecánica, pertenece a la segunda categoría, con el gobierno como centro. En una palabra, la sociedad se halla dividida en una minoría compuesta de explotadores y una mayoría que comprende la inmensa masa popular, explotada con mayor o menor conciencia por los otros.
Por cierto, resulta prácticamente imposible dibujar una línea firme e inflexible que separe un mundo de otro. En la sociedad, como en la naturaleza, las fuerzas más contrarias se tocan en los extremos. Pero podemos decir que entre nosotros, por ejemplo, son los campesinos, la pequeña burguesía y los plebeyos quienes representan a los explotados. Sobre ellos se levantan en el orden jerárquico todos los estratos que a medida que se acercan a la gente común más pertenecen a la categoría de los explotados y menos explotan a los demás e, inversamente, cuanto más se alejan del pueblo, más forman parte de la categoría de los explotadores y menos sufren ellos mismos la explotación.
Las capas sociales que se elevan en escalón por encima del campesinado, del obrero, la clase media y de las corporaciones de comerciantes, que sin duda explotan al pueblo, pero que a su vez son explotadas por las que estan sobre ellos: las corporaciones financieras y la burocracia estatal.
En la cima de esta escala se ubica un pequeño grupo que representa a la categoría de los explotadores en su sentido más puro y activo: los altos funcionarios militares, civiles y eclesiásticos y, con ellos, los que ocupan la cúpula del mundo financiero, industrial y comercial, que devoran -con el consentimiento y bajo la protección del Estado- la riqueza, o mejor dicho, la pobreza del pueblo.
El interrogante es ahora este: ¿Como pudo llegar a darse esta monstruosa desproporción? ¿Como es posible que de los millones que forman la sociedad pertenezcan el 60 al 80% al pueblo llano y el 20 o 30% pertenezcan a los intermedios y un 10 % para la categoría del gran capital? ¿Como es posible que ese 20% explote impunemente al 80%? ¿Acaso tiene ese 20% mayor fuerza física o inteligencia natural que el 80% restante? Basta plantear la pregunta para contestarla negativamente.
Sí, la educación es una fuerza, y por muy distorsionada, superficial y deficiente que sea la educación de las clases superiores, no hay duda que, unida a otras causas, contribuye poderosamente a conservar el poder en manos de una minoría privilegiada. Pero aquí surge este interrogante: ¿por qué es educada la minoría en tanto que la inmensa mayoría permanece sin educación? ¿Acaso la minoría tiene más capacidad en ese sentido? De nuevo basta plantearse esta pregunta para contestarla negativamente. Existe más capacidad en la masa del pueblo que en la minoría, lo que significa que esta última goza del privilegio de la educación por razones completamente diferentes.
La razón es, por supuesto, por todos conocida: la minoría ha estado desde tiempo atrás en una posición que le permite acceder a la educación y conserva todavía esa posición, mientras que la masa del pueblo no puede lograr ninguna educación; o sea, la minoría ocupa la ventajosa posición de los explotadores mientras que el pueblo es la víctima de su explotación. Esto significa entonces que la actitud de la minoría explotadora con respecto al pueblo explotado ha sido determinada antes del momento en que la minoría comenzó a esforzarse por conservar el poder mediante la educación.
Una vez lograda la consolidación, los estratos privilegiados continúan desarrollando y fortaleciendo su dominio sobre las masas por medio del crecimiento natural y de la herencia. Los hijos y los nietos de los fundadores de las clases gobernantes se convierten en explotadores cada vez más poderosos, en virtud principalmente de su posición social y no de la existencia de un plan consciente o elaborado. Como resultado de un complot, el poder se concentra más y más en manos de un Estado soberano y la minoría que se ubica junto a él hace de la explotación de las masas -en la medida en que lo hace la gran mayoría de la clase explotadora- su función habitual, tradicional, ritual y aceptada con mayor o menor grado de ingenuidad.
Poco a poco, en medida siempre creciente, la mayoría de los explotadores, por su nacimiento y posición social heredada, comienzan a crecer seriamente en sus derechos innatos e históricos. Y no solamente ellos, sino también las masas explotadas, sometidas a la influencia de los mismos hábitos tradicionales y al perjudicial efecto de malintencionadas doctrinas religiosas, comienzan a creer en los derechos de sus explotadores y verdugos, y continúan creyendo hasta que su capacidad de sufrimiento llega al borde, despertando en ellos una conciencia diferente.
Esta nueva conciencia surge y se desarrolla muy lentamente en las masas. Pueden pasar siglos antes de que comience a agitarse, pero una vez que comienza a hacerlo no existe fuerza capaz de detener su curso. La gran tarea en el arte de gobernar es evitar, o al menos retardar en lo posible, el despertar de la conciencia del pueblo.
La lentitud del desarrollo de la conciencia racional del pueblo tiene dos causas: primero, el pueblo abrumado por el duro trabajo y más aún por las angustiantes preocupaciones de la vida cotidiana, y segundo, su posición política y económica lo condena a la ignorancia. La pobreza, el hambre, la agotadora faena y la opresión continua bastan para quebrar al hombre más fuerte e inteligente. Agréguese a ello la ignorancia y pronto se llegará a admirar a este pobre pueblo que se arregla, si bien lentamente, para avanzar, y no se torna -por el contrario- más torpe año tras año. El conocimiento es poder, la ignorancia es la causa de la impotencia social. Es la ignorancia principalmente la que impide al pueblo adquirir conciencia de sus intereses comunes y de su inmenso poder numérico. Es la ignorancia la que le impide elaborar una comprensión compartida y formar una organización subversiva contra el robo y la opresión organizados, contra el Estado. Por consiguiente, todo Estado precavido empleará cualquier medio para conservar la ignorancia del pueblo, condición sobre la cual descansan el poder y la existencia misma del Estado.
Así como el Estado el pueblo está condenado a la ignorancia, las clases gobernantes están destinadas, por su posición en él, a llevar adelante la causa de la “civilización del Estado”. Hasta ahora no ha habido otra civilización en la historia que la civilización de la clase gobernante. El verdadero pueblo, el pueblo laborioso, fue sólo la herramienta y la víctima de esa civilización. Su pesado y brutal trabajo creó las condiciones materiales para la cultura social, que a su vez incrementó el poder de dominación de las clases gobernantes, en tanto éstas recompensaban al pueblo con pobreza y esclavitud.
Si la educación clasista continúa progresando mientras las mentes del pueblo permanecen en el mismo estado, la esclavitud se intensificará más con cada nueva generación. Pero afortunadamente no se da ni un avance ininterrumpido por parte de las clases gobernantes ni una inercia absoluta por parte del pueblo.
En la medida en que la inteligencia y el vigor de las clases dominantes se deteriora, continúan aumentando la inteligencia y por tanto el poder del pueblo. En el pueblo, por lento que haya sido su movimiento hacia la liberación, y por más que muchos textos puedan estar fuera de su alcance, el proceso de verdadero avance no se ha detenido jamás. El pueblo tiene dos libros de los cuales aprender: uno es la amarga experiencia de privaciones, opresión, despojo y tormentos infringidos por el gobierno y las clases dominantes; otro es la viviente tradición oral, que se transmite de generación en generación, ampliándose siempre su alcance y volviéndose más racional su contenido. Con la excepción de momentos muy escasos en que el pueblo intervino en una etapa de la historia como actor principal, su papel se ha limitado al de espectador del drama de la historia, y si tomó parte en él, fue en la mayoría de los casos como supernumerario, empleado como instrumento y por coerción.
En las luchas intestinas de las facciones, la ayuda del pueblo siempre ha sido requerida, prometiéndosele toda clase de beneficios como recompensa. Pero, apenas terminada la batalla con la victoria de uno u otro grupo o con la avenencia mutua, las promesas hechas al pueblo fueron olvidadas. Además, es el pueblo quien siempre ha debido pagar las pérdidas provocadas por esos conflictos. La reconciliación o la victoria sólo pueden tener lugar a expensas del pueblo. Y esto no puede haberse dado de otra manera y será siempre así hasta que las condiciones económicas y políticas sufran un cambio radical.
¿En torno de qué giran todas las pendencias de las facciones? En torno de la riqueza y del poder. ¿Y qué son la riqueza y el poder sino dos formas inseparables de la explotación del trabajo del pueblo y de su poder no organizado? Todas las facciones son fuertes y ricas sólo en virtud del poder y la riqueza robados al pueblo. Esto significa que la derrota de cualquiera de ellas es en realidad la derrota de una parte del poder del pueblo; las pérdidas y la ruina material sufridas por él representan la ruina de la riqueza del pueblo.
Empero, el triunfo y el enriquecimiento de la facción victoriosa no solamente fracasa en beneficiar al pueblo, sino que en verdad empeora su situación: primero, porque únicamente el pueblo soporta el peso de esa lucha, y segundo, porque la facción victoriosa, habiendo eliminado a todos los rivales del campo de la explotación, emprende con renovado gusto y desembozada falta de escrúpulos el negocio de explotar al pueblo.
Tacticas revolucionarias. Mijael Bakunin. Cap I (recopilación).
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