Creemos que la mayor parte de los males que afligen a los hombres dependen de la mala organización social, y que si los hombres quisieran y supieran, podrían destruirlos.
La sociedad actual es el resultado de las luchas seculares que los hombres han librado entre sí. Al no comprender las ventajas que todos podían extraer de la cooperación y de la solidaridad, y al ver en todo otro hombre –salvo a lo sumo los más cercanos por vínculos de sangre– un competidor y un enemigo, han tratado de acaparar cada uno para sí la mayor cantidad posible de goces sin preocuparse de los intereses de los demás.
Cuando se llegó a la lucha, naturalmente los más fuertes o los más afortunados debían vencer, y someter y oprimir de diversas maneras a los vencidos.
Mientras el hombre sólo fue capaz de producir aquello que le bastaba estrictamente para su mantenimiento, los vencedores estaban reducidos a poner en fuga o masacrar a los vencidos y apoderarse de los alimentos reunidos por éstos.
Luego, cuando con el descubrimiento del pastoreo y la agricultura un hombre pudo producir más de lo que necesitaba para vivir, a los vencedores les resultó más conveniente reducir a la esclavitud a los vencidos y hacerlos trabajar para ellos.
Más tarde, los vencedores se dieron cuenta de que era más cómodo, más productivo y seguro explotar el trabajo de otros con otro sistema: conservar para sí la propiedad exclusiva de la tierra y de todos los medios de trabajo, y dejar nominalmente libres a los despojados, los cuales, por lo demás, al no tener medios de vida, se veían obligados a recurrir a los propietarios y a trabajar por cuenta de éstos, en las condiciones que éstos querían.
Así, poco a poco, a través de toda una red complicadísima de luchas de toda clase, invasiones, guerras, rebeliones, represiones, concesiones arrancadas, asociaciones de vencidos que se unieron para la defensa y de vencedores que se unieron para el ataque, se llegó al estado actual de la sociedad, en el cual algunos detentan hereditariamente la tierra y toda la riqueza social, mientras la gran masa de los hombres, desheredada de todo, es explotada y oprimida por unos pocos propietarios.
De esto dependen el estado de miseria en que se encuentran generalmente los trabajadores y todos los males que de la miseria derivan: ignorancia, delitos, prostitución, deterioro físico, abyección moral, muerte prematura. De ahí también la constitución de una clase especial (el gobierno), que provista de medios materiales de represión tiene como misión legalizar y defender a los propietarios contra las reivindicaciones de los proletarios, y luego se sirve de la fuerza que posee para crear privilegios para sí misma y someter a su supremacía, si le es posible, incluso a la clase propietaria misma. De ahí la constitución de otra clase especial (el clero) que con una serie de fábulas sobre la voluntad de Dios, sobre la vida futura, etcétera, trata de inducir a los oprimidos a soportar dócilmente la opresión, e igual que el gobierno, aparte de favorecer los intereses de los propietarios favorece también los suyos. De aquí proviene la formación de una ciencia oficial que es, en todo lo que pueda servir a los intereses de los dominadores, la negación de la ciencia verdadera. De aquí el espíritu patriótico, los odios de raza, las guerras y las paces armadas, a veces más desastrosas que las guerras mismas. De aquí el amor transformado en tormento o en torpe mercado. De ahí el odio más o menos larvado, la rivalidad, la sospecha entre todos los hombres, la incertidumbre y el temor para todos.
Nosotros queremos cambiar radicalmente tal estado de cosas, y puesto que todos estos males derivan de la lucha entre los hombres, de la búsqueda del bienestar que cada uno realiza por su cuenta y contra todos los demás, queremos poner remedio a ello sustituyendo el odio por el amor, la competencia por la solidaridad, la búsqueda exclusiva del propio bienestar por la cooperación fraternal para el bienestar de todos, la opresión y la imposición por la libertad, la mentira religiosa y pseudocientífica por la verdad.
b) Vías y medios
Hemos expuesto en líneas generales cuál es el fi n que queremos alcanzar, cuál es el ideal por el que luchamos.
Pero no basta desear una cosa: si se quiere obtenerla de verdad hay que emplear los medios adecuados para conseguirla.
Y estos medios no son arbitrarios, sino que derivan necesariamente del fi n al que se apunta y de las circunstancias en que se lucha, ya que engañándose respecto de la elección de los medios no se llegaría al fin propuesto sino a otro, quizás opuesto, que sería consecuencia natural y necesaria de los medios empleados.
Quien se pone en camino y equivoca la ruta no va adonde quiere sino adonde lo lleva la ruta que recorre.
Por lo tanto, es necesario explicar cuáles son los medios que a nuestro parecer conducen al fi n que nos hemos fijado, y que nosotros tratamos de emplear.
Nuestro ideal no es del tipo cuya consecución dependa del individuo considerado aisladamente. Se trata de cambiar el modo de vivir en sociedad, de establecer relaciones de amor y solidaridad entre los hombres, de conseguir la plenitud de desarrollo material, moral e intelectual no para un individuo solo, no para los miembros de una determinada clase o partido, sino para todos los seres humanos; y esto no es cosa que se pueda imponer con la fuerza sino que debe surgir de la conciencia iluminada de cada uno y realizarse mediante el libre consentimiento de todos.
Nuestra primera tarea debe consistir, por lo tanto, en persuadir a la gente. Es necesario que llamemos la atención de los hombres sobre los males que sufren y sobre la posibilidad de destruirlos. Hay que suscitar en cada uno la simpatía por los males de los demás y el vivo deseo del bien de todos.
A quien tenga hambre y frío le mostraremos cómo sería posible, e incluso fácil, asegurar a todos la satisfacción de las necesidades materiales. A quien esté oprimido y vilipendiado, le diremos cómo se puede vivir felizmente en una sociedad de hombres libres e iguales; a quien esté atormentado por el odio y el rencor, le señalaremos el camino que lleva a la paz y a la alegría del corazón, que se siente aprendiendo a amar al prójimo.
Y cuando logremos hacer nacer en el alma de los hombres el sentimiento de rebelión contra los males injustos y evitables de los que se sufre en la sociedad actual, y hacer comprender cuáles son las causas de estos males y cómo depende de la voluntad humana eliminarlos, cuando hayamos inspirado el deseo vivo, predominante, de transformar la sociedad para el bien de todos, entonces los convencidos, por impulso propio y por el de aquellos que los han precedido en la convicción, se unirán y querrán, y podrán, realizar sus ideales comunes.
Sería absurdo –como ya hemos dicho– y estaría en contradicción con nuestras finalidades querer imponer la libertad, el amor entre los hombres, el desarrollo integral de todas las facultades humanas, por medio de la fuerza. Por consiguiente, es necesario contar con la libre voluntad de los demás, y lo único que podemos hacer es provocar que se forme y manifieste dicha voluntad. Pero sería igualmente absurdo y contrario a nuestra finalidad admitir que quienes no piensan como nosotros nos impidan realizar nuestra voluntad, siempre que ésta no lesione el derecho a una libertad igual a la nuestra.
Libertad entonces para todos de propagar y experimentar las propias ideas sin otro límite que el que resulta naturalmente de la igual libertad de todos.
Pero a esto se oponen –y se oponen con fuerza brutal– quienes se benefi cian con los actuales privilegios y dominan y regulan toda la vida social actual.
Ésos tienen en su mano todos los medios de producción, y por ende suprimen no sólo la posibilidad de experimentar nuevos modos de convivencia social, no sólo el derecho de los trabajadores a vivir libremente de su propio trabajo, sino también el derecho mismo a la existencia, y obligan a quien no es propietario a dejarse explotar y oprimir si no quiere morir de hambre.
Ellos tienen policías, jueces, ejércitos creados a propósito para defender sus privilegios, y persiguen, encarcelan, masacran a los que quieren abolir esos privilegios y reclaman medios de vida y la libertad para todos.
Celosos de sus intereses presentes e inmediatos, corrompidos por el espíritu de dominación, temerosos del porvenir, ellos, los privilegiados, son incapaces en general de un impulso generoso, y también lo son de una concepción más amplia de sus intereses. Y sería locura esperar que renuncien voluntariamente a la propiedad y al poder y se adapten a ser iguales a aquellos a los que hoy tienen sometidos.
Dejando de lado la experiencia histórica –la cual demuestra que nunca una clase privilegiada se ha desposeído, en todo o en parte, de sus privilegios, y nunca un gobierno ha abandonado el poder si no se lo obligó a ello con la fuerza o con el temor de la fuerza–, bastan los hechos contemporáneos para convencer a cualquiera que la burguesía y los gobiernos se proponen emplear la fuerza material para defenderse, no sólo contra la expropiación total, sino también contra las más pequeñas pretensiones populares, y están siempre listos para realizar las más atroces persecuciones y las más sanguinarias masacres.
Al pueblo que quiere emanciparse no le queda otro camino que oponer la fuerza a la fuerza.
Resulta de cuanto hemos dicho que debemos trabajar para despertar en los oprimidos el deseo vivo de una radical transformación social y persuadirlos de que uniéndose tienen la fuerza necesaria para vencer; debemos propagar nuestro ideal y preparar las fuerzas morales y materiales necesarias para vencer a las fuerzas enemigas y organizar la nueva sociedad. Y cuando tengamos la fuerza suficiente, debemos, aprovechando las circunstancias favorables que se produzcan o creándolas nosotros mismos, hacer la revolución social abatiendo con la fuerza al gobierno, expropiando con la fuerza a los propietarios, poniendo en común los medios de vida y de producción e impidiendo que nuevos gobiernos vengan a imponer su voluntad y a obstaculizar la reorganización social realizada directamente por los trabajadores.
Todo esto, sin embargo, es menos simple de lo que podría parecer a primera vista.
Tenemos que vérnoslas con los hombres tal cual son en la sociedad actual, en condiciones morales y materiales muy desgraciadas, y nos engañaríamos si pensáramos que basta la propaganda para elevarlos a ese grado de desarrollo intelectual y moral que es necesario para la realización de nuestros ideales.
Existe una acción recíproca entre el hombre y el ambiente social. Los hombres hacen la sociedad como ésta es y la sociedad hace a los hombres como ellos son, y de esto resulta una especie de círculo vicioso. Para transformar a la sociedad es necesario transformar a los hombres, y para transformar a los hombres es necesario transformar a la sociedad.
La miseria embrutece al hombre, y para destruir la miseria es necesario que los hombres tengan conciencia y voluntad. La esclavitud educa a los hombres para que sean esclavos, y para que se liberen de la esclavitud tiene que nacer en ellos la aspiración a la libertad. La ignorancia hace por cierto que los hombres no conozcan las causas de sus males y no sepan remediarlos, y para destruir la ignorancia es necesario que los hombres tengan el tiempo y el modo de instruirse.
El gobierno acostumbra a la gente a sufrir la ley y a creer que ésta es necesaria para la sociedad, y para abolir al gobierno se requiere que los hombres estén persuadidos de la inutilidad y el carácter dañino de la ley. ¿Cómo salir de este círculo vicioso? Afortunadamente la sociedad actual no ha sido formada por la voluntad iluminada de una clase dominante, que haya podido reducir a todos los dominados a instrumentos pasivos e inconscientes de sus intereses. La sociedad es resultado de mil luchas intestinas, de mil factores naturales y humanos que actúan en forma casual, sin criterio directivo, y por lo tanto no existen divisiones netas ni entre los individuos ni entre las clases.
Infinitas son las variedades de las condiciones materiales, infi nitos los grados de desarrollo moral e intelectual, y no siempre –casi diríamos muy raramente– el puesto que uno ocupa en la sociedad corresponde a sus facultades y aspiraciones. Con muchísima frecuencia algunos individuos caen en condiciones inferiores a aquellas a que están habituados, y otros, por circunstancias excepcionalmente favorables, logran elevarse a condiciones superiores a aquellas en que nacieron. Una parte notable del proletariado llegó ya a salir del estado de miseria absoluta, embrutecedora, o no pudo ser reducido nunca a tal situación; ningún trabajador, o casi ninguno, se encuentra en estado de inconsciencia completa, de completa aquiescencia a las condiciones impuestas por los patrones. Y las instituciones mismas, tal como las produjo la historia, contienen contradicciones orgánicas que son como gérmenes de muerte que al desarrollarse producen la disolución de la institución y la necesidad de transformarla.
De ahí la posibilidad del progreso, pero no la posibilidad de llevar, por medio de la propaganda, a todos los hombres al nivel necesario para que quieran y hagan la anarquía, sin una transformación previa y gradual del ambiente.
El progreso debe marchar en forma contemporánea y paralela en los individuos y en el ambiente. Tenemos que aprovechar de todos los medios, de todas las posibilidades, de todas las ocasiones que nos ofrece el ambiente actual, para actuar sobre los hombres y desarrollar su conciencia y sus deseos, debemos utilizar todos los progresos ocurridos en la conciencia de los hombres para inducirlos a reclamar e imponer las transformaciones sociales mayores que son posibles y que sirven mejor para abrir el camino a progresos ulteriores.
No debemos esperar a poder instaurar la anarquía, y entretanto limitarnos a la simple propaganda. Si lo hiciésemos así, pronto habríamos agotado el campo, es decir, habríamos convertido a todos aquellos que en el ambiente actual son susceptibles de comprender y aceptar nuestras ideas, y nuestra ulterior propaganda resultaría inútil; o si transformaciones del ambiente elevaran a nuevos estratos populares a la posibilidad de recibir ideas nuevas, esto ocurriría sin participación nuestra y, por lo tanto, en perjuicio de nuestras ideas.
Debemos tratar que el pueblo, en su totalidad o en sus diversas fracciones, pretenda, imponga, tome por sí mismo todas las mejoras, todas las libertades que desee, a medida que llega a desearlas y tiene la fuerza necesaria para imponerlas; y propagandeando siempre todo nuestro programa y luchando siempre por su realización integral, debemos impulsar al pueblo a pretender e imponer cada vez más, hasta que llegue a la emancipación completa.
c) La lucha económica
La opresión que hoy afl ige más directamente a los trabajadores y que es la causa principal de todas las sujeciones morales y materiales a que éstos están sometidos es la opresión económica, es decir, la explotación que los patrones y los comerciantes ejercen sobre ellos gracias al acaparamiento de todos los grandes medios de producción e intercambio.
Para suprimir en forma radical y sin peligro de retorno esta opresión es necesario que todo el pueblo esté convencido del derecho que tiene al uso de los medios de producción y que ponga en práctica su derecho primordial expropiando a los detentadores del suelo y de todas las riquezas sociales y poniendo aquél y éstas a disposición de todos.
Pero ¿se puede comenzar esta expropiación ahora mismo? ¿Se puede pasar hoy directamente, sin grados intermedios, del infierno en que se encuentra ahora el proletariado al paraíso de la propiedad común? Los hechos demostrarán de qué son capaces hoy los trabajadores.
Nuestra misión es preparar al pueblo moral y materialmente para esta expropiación necesaria, e intentarla y volverla a intentar cada vez que una conmoción revolucionaria nos dé ocasión para ello; hasta el triunfo definitivo. Pero ¿de qué manera podemos preparar al pueblo? ¿De qué manera prepararemos las condiciones que hagan posible no sólo el hecho material de la expropiación, sino también la utilización de la riqueza común
en benefi cio de todos? Hemos visto anteriormente que la propaganda por sí sola, hablada o escrita, es impotente para conquistar a toda la gran masa popular y convertirla a nuestras ideas. Se requiere una educación práctica, que sea alternativamente causa y efecto de una gradual transformación del ambiente.
Es necesario que a medida que se desarrollen en los trabajadores el sentimiento de rebelión contra los injustos e inútiles sufrimientos de que son víctimas y el deseo de mejorar sus condiciones, éstos luchen unidos entre sí en forma solidaria para conseguir lo que desean.
Y nosotros, como anarquistas y como trabajadores, debemos incitarlos y alentarlos a la lucha y luchar con ellos.
Pero ¿son posibles estos mejoramientos en el régimen capitalista? ¿Son útiles desde el punto de vista de la futura emancipación integral de los trabajadores?
Cualesquiera sean los resultados prácticos de la lucha por los mejoramientos inmediatos, la utilidad principal reside en la lucha misma. Con ella los obreros aprenden que el patrón tiene intereses opuestos a los suyos y que no pueden mejorar su condición, y menos aun emanciparse, sino uniéndose y volviéndose más fuertes que los patrones. Si llegan a obtener lo que quieren, estarán mejor, ganarán más, trabajarán menos, tendrán más tiempo y más fuerza para reflexionar acerca de las cosas que les interesan, y sentirán enseguida deseos mayores y experimentarán mayores necesidades. Si no tienen éxito, se verán llevados a estudiar las causas del fracaso y a reconocer la necesidad de una mayor unión, de mayor energía, y comprenderán, por último, que para vencer con seguridad y en forma definitiva es necesario destruir al capitalismo. La causa de la revolución, la causa de la elevación moral del trabajador y de su emancipación no puede sino beneficiarse por el hecho de que los trabajadores se unan y luchen por sus intereses.
Pero, una vez más, ¿es posible que los trabajadores logren, en el estado actual de cosas, mejorar realmente sus condiciones de vida?
Esto depende de la concurrencia de una infi nidad de circunstancias.Pese a lo que dicen algunos, no existe una ley natural (ley de los salarios) que determine la parte que corresponde al trabajador sobre el producto del trabajo; o si se quiere formular una, sólo podría ser la siguiente: el salario no puede bajar normalmente del monto necesario para la vida, ni puede subir normalmente hasta el punto de que no deje ninguna ganancia al patrón.
Está claro que en el primer caso los obreros morirían y por lo tanto no cobrarían ya salario, y en el segundo los patrones no tendrían interés en hacer trabajar y por lo tanto no pagarían más salarios. Pero entre estos dos extremos imposibles existe una infinita variedad de gradaciones, que van desde las condiciones miserables de muchos trabajadores agrícolas hasta la situación casi decente de los obreros de los buenos oficios en las grandes ciudades.
El salario, la longitud de la jornada y todas las otras condiciones de trabajo son resultado de la lucha entre patrones y obreros. Aquéllos tratan de dar a los trabajadores lo menos que pueden y de hacerlos trabajar hasta el agotamiento completo, mientras éstos buscan, o deberían buscar, la manera de trabajar lo menos y de ganar lo más posible.
Cuando los trabajadores se contentan con todo o, aun estando descontentos, no saben oponer una resistencia válida a los patrones, quedan rápidamente reducidos a condiciones animales de vida; en cambio, cuando tienen un concepto un poco elevado del modo en que deberían vivir los seres humanos, y saben unirse y, mediante el rechazo del trabajo y la amenaza latente o explícita de rebelión, imponer respeto a los patrones, se los trata de una manera relativamente soportable. De modo que puede decirse que el salario, dentro de ciertos límites, es el que el operario –no como individuo, se entiende, sino como clase– pretende.
Luchando entonces, resistiendo contra los patrones, los trabajadores pueden impedir hasta un cierto punto que sus condiciones empeoren, e incluso obtener mejoramientos reales. Y la historia del movimiento obrero ya ha demostrado esta verdad.
Es necesario, sin embargo, no exagerar el alcance de esta lucha librada entre obreros y patrones en el terreno exclusivamente económico. Los patrones pueden ceder, y a menudo lo hacen ante exigencias obreras enérgicamente expresadas, mientras no se trate de pretensiones demasiado grandes, pero si los obreros comenzaran –y es urgente que comiencen– a pretender un salario que absorbiera toda la ganancia de los patrones y llegara, de esta manera, a constituir una expropiación indirecta, es seguro que los patrones apelarían al gobierno y tratarían de cohibir con la violencia a los obreros para mantenerlos en su posición de esclavos asalariados.
Y aun antes, mucho antes de que los obreros puedan pretender que se les dé en compensación de su trabajo el equivalente de todo lo que han producido, la lucha económica se vuelve impotente para seguir produciendo el mejoramiento de las condiciones de los trabajadores.
Los obreros lo producen todo y sin ellos no se puede vivir; por lo tanto, parecería que si se rehúsan a trabajar pudieran imponer todo lo que quieren. Pero la unión de todos los trabajadores, incluso de un solo oficio, y hasta de un solo país, es difícil de obtener, y a la unión de los obreros se opone la de los patrones. Los obreros viven al día y si no trabajan pronto les falta el pan, mientras los patrones disponen, mediante el dinero, de todos los productos ya acumulados, y por lo tanto pueden esperar tranquilamente que el hambre reduzca a la sensatez a sus asalariados. La invención o la introducción de nuevas máquinas hace inútil el trabajo de un gran número de obreros y aumenta el gran ejército de los desocupados, a los que el hambre obliga a venderse a cualquier precio. La inmigración aporta en seguida a los países donde los obreros logran un nivel mejor, multitudes de trabajadores famélicos que, quiéranlo o no, ofrecen a los patrones el modo de rebajar los salarios. Y todos estos hechos, derivados necesariamente del sistema capitalista, llegan a contrapesar el progreso de la conciencia y de la solidaridad obrera: a menudo marchan más rápidamente que este progreso, lo detienen y lo destruyen. Y en todos los casos subsiste siempre el hecho primordial de que la producción, en el sistema capitalista, está organizada por cada capitalista para su beneficio individual y no para sa tisfacer, como sería natural, de la mejor manera posible las necesidades de los trabajadores. De aquí el desorden, el desperdicio de fuerzas humanas, la escasez deliberada de los productos, los trabajos inútiles y dañinos, la desocupación, las tierras sin cultivar, el poco uso de las máquinas, etcétera, males todos éstos que no se pueden evitar sino quitando a los capitalistas la posesión de los medios de trabajo y, por lo tanto, la dirección de la producción.
Se presenta entonces rápidamente a los obreros que tratan de emanciparse, o incluso sólo de mejorar seriamente sus condiciones, la necesidad de defenderse contra el gobierno, de atacarlo, pues éste constituye, al legitimar el derecho de propiedad y sostenerlo con la fuerza brutal, una barrera que se opone al progreso y que hay que abatir si no se desea permanecer indefinidamente en el estado actual o incluso empeorarlo.
De la lucha económica es necesario pasar a la lucha política, es decir, a la lucha contra el gobierno, y en vez de oponer a los millones de los capitalistas los escasos centavos acumulados con gran esfuerzo por los obreros, hay que oponer a los fusiles y a los cañones que defienden la propiedad, los medios mejores que el pueblo pueda encontrar para vencer a la fuerza con la fuerza.
d) La lucha política
Por lucha política entendemos la lucha contra el gobierno y el conjunto de los individuos que detentan la potestad, cualquiera sea el modo en que la hayan adquirido, de dictar las leyes e imponerlas a los gobernados, es decir, al pueblo.
Consecuencia del espíritu de dominio y de la violencia con que algunos hombres se impusieron sobre los demás, el gobierno es al mismo tiempo creador y criatura del privilegio y su defensor natural.
Se dice erróneamente que el gobierno cumple hoy la función de defensor del capitalismo, pero que una vez abolido el capitalismo se volvería representante y administrador de los intereses generales. Ante todo el capitalismo no se podrá destruir sino cuando los trabajadores, una vez expulsado el gobierno, tomen posesión de la riqueza social y organicen la producción y el consumo en interés de todos, por sí mismos, sin esperar la acción de un gobierno
que aunque lo quisiera no podría ser capaz de hacerlo.
Pero hay algo más: si se destruyera al capitalismo y se dejase subsistir alguna forma de gobierno, éste lo crearía de nuevo mediante la concesión de toda clase de privilegios, puesto que al no poder contentar a todos tendría necesidad de una clase econó-micamente poderosa que lo apoyara a cambio de la protección legal y material que recibiría de él.
Por consiguiente, no se puede abolir el privilegio y establecer sólida y definitivamente la libertad y la igualdad social sino aboliendo al gobierno, no a este o a aquel gobierno, sino a la institución misma del gobierno.
Sin embargo, en esto, como en todos los hechos de interés general, más que en cualquier otro caso, es necesario el consenso de la generalidad, y por ello debemos esforzarnos en persuadir a la gente de que el gobierno es inútil y dañino y que se puede vivir mejor sin él.
Pero como ya hemos repetido, la propaganda por sí sola es impotente para convencer a todo el mundo, y si quisiéramos limitarnos sólo a predicar contra el gobierno, esperando sin valernos de ningún otro medio el día en que el público se convenciera de la posibilidad y utilidad de abolir completamente toda clase de gobierno, ese día no llegaría nunca.
Siempre predicando contra toda clase de gobierno, siempre reclamando la libertad integral, debemos favorecer todas las luchas por las libertades parciales, convencidos de que en la lucha se aprende a luchar, y que comenzando a gustar de un poco de libertad se termina queriéndola toda. Debemos estar siempre con el pueblo, y aunque no logremos hacerle pretender mucho, tratar de que por lo menos comience a pretender algo, y debemos esforzarnos para que aprenda, sea poco o mucho lo que quiera, a quererlo conquistar por sí mismo, y sienta odio y desprecio contra quienes están en el gobierno o quieren llegar a ocuparlo.
Puesto que el gobierno tiene hoy el poder de regular, mediante las leyes, la vida social y ampliar o restringir la libertad de los ciudadanos, como nosotros no podemos arrancarle aún este poder debemos tratar de disminuírselo y de obligarlo a que lo utilice de la forma menos dañina posible.
Pero esto debemos hacerlo estando siempre fuera del gobierno y contra él, presionándolo mediante la agitación en las calles, amenazando con tomar por la fuerza lo que se reclama. Nunca debemos aceptar ninguna clase de función legislativa, sea general o local, porque si lo hiciéramos disminuiríamos la efi cacia de nuestra acción y traicionaríamos el porvenir de nuestra causa.
La lucha contra el gobierno se resuelve, en último análisis, en lucha física, material.
El gobierno hace las leyes. Por lo tanto, debe contar con una fuerza material (ejército y policía) para imponerlas, porque de otra manera, sólo las obedecerían quienes quisieran y las leyes ya no lo serían, sino que constituirían una simple propuesta que cada uno estaría en libertad de aceptar o rechazar. Y los gobiernos tienen esta fuerza y se sirven de ella para poder fortalecer con leyes su dominio y servir a los intereses de las clases privilegiadas oprimiendo y explotando a los trabajadores.
El límite de la opresión del gobierno es la fuerza que el pueblo se muestre capaz de oponerle.
Puede haber conflicto abierto o latente, pero conflicto hay siempre, pues el gobierno no se detiene ante el descontento y la resistencia popular sino cuando siente el peligro de la insurrección.
Cuando el pueblo se somete dócilmente a la ley, o la protesta es débil y platónica, el gobierno atiende a su propio beneficio sin preocuparse de las necesidades populares; cuando la protesta se vuelve enérgica, insistente, amenazadora, el gobierno cede o reprime, según sea más o menos iluminado. Pero siempre se llega a la insurrección, porque si el gobierno no cede, el pueblo termina rebelándose, y si el gobierno cede, el pueblo adquiere fe en sí mismo y pretende cada vez más, hasta que resulta evidente la incompatibilidad entre la libertad y la autoridad y estalla el conflicto violento.
Es necesario entonces prepararse moral y materialmente para que al estallar la lucha violenta la victoria quede en manos del pueblo.
La insurrección victoriosa es el hecho más efi caz para la emancipación popular, puesto que el pueblo, una vez sacudido el yugo, queda en libertad de darse las instituciones que considere mejores, y la distancia que existe entre la ley, siempre retrasada, y el grado de civilización a que ha llegado la masa de la población, se recorre de un salto. La insurrección determina la revolución, es decir, la rápida manifestación de las fuerzas latentes acumuladas durante la evolución anterior.
Todo consiste en qué es capaz de querer el pueblo.
En las insurrecciones pasadas el pueblo, inconsciente de las razones verdaderas de sus males, ha querido siempre muy poco y muy poco ha conseguido.
¿Qué querrá en la próxima insurrección?
Esto depende, en parte, de nuestra propaganda y de la energía que sepamos desplegar.
Deberemos impulsar al pueblo a expropiar a los propietarios y comunizar la propiedad, y a organizar la vida social por sí mismo, mediante asociaciones libremente constituidas, sin esperar las órdenes de nadie y rehusándose a nombrar o a reconocer cualquier clase de gobierno, cualquier cuerpo constituido, que bajo un nombre cualquiera (constituyente, dictadura, etcétera) se atribuya, aunque sea a título provisorio, el derecho de dictar leyes y de imponer a los demás por la fuerza su propia voluntad.
Y si la masa del pueblo no responde a nuestro llamado, deberemos –en nombre del derecho que tenemos de ser libres aunque los demás quieran seguir siendo esclavos, y mediante la eficacia del ejemplo– realizar por nuestra cuenta lo más posible de nuestras ideas y no reconocer al nuevo gobierno y, mantener viva la resistencia, y hacer que las localidades donde se acojan con simpatía nuestras ideas se constituyan en comunidades anárquicas, rechacen toda injerencia gubernativa, establezcan libres relaciones con las otras localidades que pretendan vivir a su manera.
Deberemos, sobre todo, oponernos con todos los medios a la reconstitución de la policía y del ejército, y aprovechar la ocasión propicia para impulsar a los trabajadores de las localidades no anárquicas a aprovechar la falta de fuerza represiva para imponer las mayores pretensiones que logremos inducirles a plantear.
Y como quiera que marchen las cosas, seguir siempre luchando, sin un instante de interrupción, contra los propietarios y contra los gobernantes, teniendo siempre en vista la emancipación completa, económica, política y moral, de toda la humanidad.
e) Conclusión
Deseamos entonces abolir radicalmente la dominación y la explotación del hombre por el hombre; deseamos que los hombres, hermanados por una solidaridad consciente y deseada, cooperen todos voluntariamente para el bienestar de todos; deseamos que la sociedad esté constituida con el fi n de proporcionar a todos los seres humanos los medios para alcanzar el máximo bienestar posible, el máximo desarrollo moral y material posible; deseamos para todos pan, libertad, amor, ciencia.
Y para llegar a este fi n supremo creemos necesario que los medios de producción estén a disposición de todos, y que ningún hombre o grupo de hombres pueda obligar a los demás a someterse a su voluntad ni ejercitar su influencia sino con la fuerza de la razón y del ejemplo.
Por lo tanto, expropiación de los detentadores del suelo y del capital en benefi cio de todos, y abolición del gobierno.
Y en espera de que esto pueda hacerse: propaganda del ideal; organización de las fuerzas populares; lucha continua, pacífica o violenta según las circunstancias, contra el gobierno y contra los propietarios, para conquistar lo más que se pueda de libertad y de bienestar para todos.
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