No queda más opción. Aunque tal vez no sea la mejor medida, a veces, es la única salida. Cuando uno no elige lo que está viviendo, cuando a uno le imponen determinada actividad que le genera malestar, rechazo, sufrimiento; cuando a uno le ordenan hacer algo que no está dispuesto a realizar. Si uno se subordina olvida su individualidad, sus deseos, su sentir; queda reducido a un manojo de miserias, penurias y tristezas. Se deja de ser uno pasar a ser otro. Otro no elegido, impuesto. Un ser inanimado, zombi, muerto mientras vive. Llegado este punto en el que se deja de ser uno, no hay retorno gradual ni medias tintas posibles; la mesura y el término medio no llevan a nada más que a perpetuar la condena. Una posición extrema requiere respuestas extremas, radicales, de “borrón y cuenta nueva”. Agotadas las demás opciones, no queda un camino sustituto. Un cambio abrupto, un giro de 180º es absolutamente necesario; una salida de emergencia tal vez no tenga las mejores aberturas pero aún así, en ocasiones, es la única habilitada para salir. Nada sabemos sobre qué consecuencias traerá esta decisión; diría que hasta con seguridad que casi no importa mientras se tome, debido a que, de esta manera, tomamos las riendas de nuestra vida y volvemos a ser nosotros mismos. Cuando digo nuestra vida me refiero a ella junto a sus errores y a sus aciertos, sus avances y retrocesos. “Nuestra vida es nuestra y no de los demás y somos totalmente responsables por lo que hacemos y dejamos de hacer”, cuando este axioma se rompe solo queda el desamparo y la abulia; la enajenación y el sometimiento a otro ser dispuesto a aprovecharse y a manipularnos a su antojo. Sin saber lo que me espera pero con el corazón vivo y galopante y con la vida entre mis manos, me hago cargo de mis elecciones y sus consecuencias y me siento completamente vivo.
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