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miércoles, 24 de octubre de 2012

Economía participativa - La remuneración justa (Parte II)

Por Michel Albert.


En una economía deseable, ¿de qué ingresos disfrutará cada participante? ¿cuál es la base para la remuneración?

¿Remunerar la propiedad?

Dudo que sean muchos los lectores de este comentario que crean que deba remunerarse a la gente por tener propiedades. Esto se llama 'beneficios' y en este caso los de los individuos que ostentan los medios de producción y se embolsan beneficios basados en la producción de estos medios. Eso lleva a que alguien como Bill Gates tenga más riqueza que el Producto Interior Bruto de Noruega entera o, si lo preferís, que 475 multimillonarios tengan más riqueza que la mitad de la población mundial junta. Nacer rico debido a la propiedad heredada no premia a alguien por hacer algo meritorio ni presenta ningún incentivo a hacer algo que de otra forma no hubiera hecho. Por lo tanto, no hay ninguna lógica moral o económica para ello excepto favorecer a los privilegiados.

¿Remunerar el poder?

La gente que lea esto probablemente tampoco piense que se deba remunerar a la gente en base a su habilidad para extraer una mayor parte del pastel de la producción debido a su poder. Una persona que use el racismo, el sexismo o un monopolio de algún tipo no debería poder trasladar ese poder en ingresos. Claro que, en una economía en que la extorsión es la norma no queremos decir que los sindicatos no deberían ser capaces de exigir y usar su poder para ganar mejores salarios frente al poder de propietarios y otros. Pero en una buena economía, en que todos estén sujetos a nuevas normas y no luchando por conseguir superar a los demás, seguramente estaremos de acuerdo en que no querremos propietarios ni sindicatos ni ningún otro participante que consiga ingresos en función de su poder relativo. Remunerar el poder no es ni más éticamente moral ni más económicamente eficiente que remunerar la propiedad.

¿Remunerar la productividad?

La controversia entre la izquierda sobre qué es "remuneración justa" surge, cuando surge, sobre la posibilidad de remunerar la productividad. Una persona perfectamente sensata y humana que esté leyendo esto podría pensar, más o menos, que cada persona debería obtener una parte de producción de igual valor a la que ellos mismos produzcan para la economía. Este ha sido incluso el eslogan de movimientos muy radicales, los Wobblies por ejemplo. Y parece justo: si no pones mucho en el producto económico de la sociedad, tampoco deberías sacar mucho. Si pones mucho, deberías sacar mucho. De otra forma, otro estará obteniendo el valor que tú pones o tú estarás consiguiendo el valor que otro pone, en vez de conseguir cada uno sólo la cantidad de su propia contribución.

Pero, suponed que Sally y Sam están recogiendo naranjas. Sally tiene un magnífico equipo de herramientas, Sam tiene un equipo viejo. Van al campo, ocho horas, trabajan igualmente duro, aguantan las mismas condiciones. Cuando acaba el día, la pila de Sally es el doble que la de Sam. ¿Debería ganar Sally el doble que Sam? Si decimos que sí, estamos premiando su suerte por tener mejores herramientas. ¿Es eso moral o eficiente?

Suponed ahora que Sally es grande y fuerte, y Sam mucho más pequeño y débil. Tienen las mismas herramientas. Vuelven a ir al campo ocho horas, trabajan otra vez igualmente duro y con las mismas condiciones. La pila de Sally es otra vez el doble que la de Sam. ¿Debería Sally obtener el doble de salario que Sam? Si decimos que sí, estamos premiando su suerte en la lotería genética: su fuerza y su tamaño. ¿Es eso moral o eficiente?

Ahora supongamos que comparamos a dos personas que están haciendo investigaciones matemáticas, o creando obras de arte o haciendo cirugía o cualquier otra cosa socialmente deseable. Trabajan igual de duro bajo las mismas condiciones. Uno tiene más de algún talento natural relevante y el otro tiene menos. ¿Debería el primero obtener muchísimo más que el primero? Claramente no hay ninguna razón moral para ello. ¿Porqué premiar a alguien por su suerte genética, además de los mismos beneficios que esa suerte ya le ha dado? Pero, y esto es más interesante y controvertido, tampoco hay ninguna razón de incentivo para hacerlo. El recipiente potencial de premios por su talento innato no puede cambiar su talento natural en respuesta a la promesa de mayor paga. El talento natural es el que es, y que nos paguen por ello no hará que nuestros genes cambien para incrementarlo. No hay un efecto positivo de los incentivos.

¿Y qué hay de la educación o las habilidades adquiridas? ¿No debería premiarse moralmente el mejorar nuestra productividad, también para fomentarlo? Eso parece razonable, pero no en proporción a la producción que permita la educación, sino en proporción al esfuerzo y sacrificio requeridos. Deberíamos recompensar el acto que se lleva a cabo, como "aguantar" la educación. Deberíamos dar incentivos para llevar a cabo ese acto. Pero eso es muy diferente que examinar la producción de toda una vida y decir que remuneraremos en función de eso.

Remunerar tan sólo el esfuerzo y el sacrificio!

Suponed que remuneramos tan sólo el esfuerzo y el sacrificio, no la propiedad ni el poder ni la productividad. ¿Qué ocurre? Bueno, si los trabajos fueran los mismos que ahora, los que hacen los trabajos más pesados o más peligrosos o más denigrantes serían los que cobrarían más por hora de esfuerzo normal. Aquellos con condiciones y circunstancias más confortables serían los que cobrarían menos por hora de esfuerzo normal.

¿Pero no debería pagarse a un cirujano por todos esos años de estudio comparado con una enfermera o un vigilante, que tienen menos estudios?

Claro. Sea cual sea el nivel de esfuerzo y sacrificio que los años de estudio conllevaran, el cirujano debería cobrar por ello durante ese estudio. Luego, el cirujano debería cobrar en función del esfuerzo y sacrifico empleados en su trabajo, exactamente igual que el celador del hospital. En este caso, cada persona sería remunerada de acuerdo con la misma norma, según el esfuerzo y sacrificio empleados en un trabajo valioso que contribuya a la sociedad.

La respuesta es, pero entonces nadie querrá ser cirujano. La gente preferirá ser celadora.

¿Por qué? Imagina que acabas de terminar el bachillerato. Ahora tienes que escoger, seis años de Medicina seguido de cuarenta de médico, o prefieres ser celador en el hospital durante los cuarenta y seis años. Más concretamente, cuánto tienes que cobrar para ir a la escuela de Medicina durante los primeros seis años en vez de ser celador, en vista de la calidad de vida que tendrás luego? O bien, cuánto se te tiene que pagar para que decidas ser celador esos seis años en vez de ir a la escuela de Medicina? Y luego, cuánto se te tendría que pagar para hacer un trabajo en vez del otro durante los próximos cuarenta años?

Hacer esas preguntas es contestarlas, y revelar que los efectos motivadores de los salarios acordes al esfuerzo y al sacrificio son exactamente los justos si hablamos de un mundo en que la gente sea libre para escoger su trabajo sin imposiciones de la historia o de instituciones que les limiten. Por supuesto, no todos querrán esos trabajos concretos, pero el experimento que hemos hecho es fácil de trasladar al resto de ámbitos.

Resumiendo, siendo lo demás igual y teniendo abiertas las puertas a todas las opciones, mereces y necesitas más salario para tener un incentivo para hacer aquello que requiera más esfuerzo y sacrificio (mucho más ser celador que ser estudiante). Pero no mereces ni necesitas más salario para hacer algo que te llena más, que te hace sentirte realizado, o que produce más, suponiendo que no requiera mayor esfuerzo y sacrificio (necesitas menos para ser médico que para ser celador).

Remuneración Justa es que aquellos que ponen mayor esfuerzo y sacrificio en una serie de tareas necesarias para la sociedad ganen más y aquellos que ponen menos, ganen menos. Este es el objetivo que proponemos para una economía participativa: Remuneración Justa, o ingresos acordes al esfuerzo y sacrificio.

¿Y qué pasa si alguien no puede dar ese esfuerzo debido a la salud u otras razones?

Incluso las economías basadas en la esclavitud salarial reconocen que en tales casos debe haber remuneración de todas formas. La gente razonable diferirá sobre cuánto, claro, pero unos ingresos medios parecerían correctos en una sociedad justa.

¿Y qué tal si alguien tiene una enfermedad que requiere tratamientos caros, o sufre alguna calamidad, natural o de otro tipo, que destruya su patrimonio?

Por supuesto, una sociedad justa tratará estas necesidades socialmente, asegurando a todos contra tales eventualidades, de forma socializada, e impidiendo que las personas las sufran solas.

¿Qué hay de los niños que no pueden y no deben trabajar? ¿Dependen de los ingresos de sus padres, de forma que los padres con tres hijos tendrán menos por persona que los que sólo tengan uno o ninguno?

No, los ingresos de los niños son como los de cualquier otro que no puede trabajar, son unos ingresos medios distribuidos socialmente, simplemente por el hecho de ser personas.

Así pues, a la vista de los ejemplos mencionados, tenemos una dualidad: el objetivo es una Remuneración Justa, que es el pago acorde al esfuerzo y sacrificio, o acorde a las necesidades cuando el esfuerzo no puede realizarse o la necesidad es grande debido a la enfermedad u otras calamidades.

viernes, 12 de octubre de 2012

12 de Octubre. Nada que festejar.


Discurso del cacique mexicano Guaicaipuro Cuatemoc ante la reunión de Jefes de Estado de la Comunidad Europea, el 8 de febrero de 2002.

Aquí pues yo, Guaicaipuro Cuatemoc, he venido a encontrar a los que celebran el encuentro.

Aquí pues yo, descendiente de los que poblaron la América hace cuarenta mil años, he venido a encontrar a los que la encontraron hace sólo quinientos años.

Aquí pues, nos encontramos todos. Sabemos lo que somos, y es bastante. Nunca tendremos otra cosa.

El hermano aduanero europeo me pide papel escrito con visa para poder descubrir a los que me descubrieron.

El hermano usurero europeo me pide pago de una deuda contraída por Judas, a quien nunca autoricé a venderme.

El hermano leguleyo europeo me explica que toda deuda se paga con intereses aunque sea vendiendo seres humanos y países enteros sin pedirles consentimiento.

Yo los voy descubriendo.

También yo puedo reclamar pagos y también puedo reclamar intereses. Consta en el Archivo de Indias, papel sobre papel, recibo sobre recibo y firma sobre firma, que solamente entre el año 1503 y 1660 llegaron a San Lucas de Barrameda 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata provenientes de América.

¿Saqueo? ¡No lo creyera yo! Porque sería pensar que los hermanos cristianos faltaron a su Séptimo Mandamiento.

¿Expoliación? ¡Guárdeme Tanatzin de figurarme que los europeos, como Caín, matan y niegan la sangre de su hermano!

¿Genocidio? Eso sería dar crédito a los calumniadores, como Bartolomé de las Casas, que califican al encuentro como de destrucción de las Indias, o a ultrosos como Arturo Uslar Pietri, que afirma que el arranque del capitalismo y la actual civilización europea se deben a la inundación de metales preciosos!

¡No! Esos 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata deben ser considerados como el primero de muchos otros préstamos amigables de América, destinados al desarrollo de Europa. Lo contrario sería presumir la existencia de crímenes de guerra, lo que daría derecho no sólo a exigir la devolución inmediata, sino la indemnización por daños y perjuicios.

Yo, Guaicaiputo Cuatemoc, prefiero pensar en la menos ofensiva de estas hipótesis. Tan fabulosa exportación de capitales no fueron más que el inicio de un plan "MarshallTesuma" para garantizar la reconstrucción de la bárbara Europa, arruinada por sus deplorables guerras contra los cultos musulmanes, creadores del álgebra, la poligamia, el baño cotidiano y otros logros superiores de la civilización.

Por eso, al celebrar el Quinto Centenario del Empréstito, podremos preguntarnos:

¿Han hecho los hermanos europeos un uso racional, responsable o por lo menos productivo de los fondos tan generosamente adelantados por el Fondo Indoamericano Internacional?

Deploramos decir que no.

En lo estratégico, lo dilapidaron en las batallas de Lepanto, en armadas invencibles, en terceros reichs y otras formas de exterminio mutuo, sin otro destino que terminar ocupados por las tropas gringas de la OTAN, como en Panamá, pero sin canal.

En lo financiero, han sido incapaces, después de una moratoria de 500 años, tanto de cancelar el capital y sus intereses, cuanto de independizarse de las rentas líquidas, las materias primas y la energía barata que les exporta y provee todo el Tercer Mundo.

Este deplorable cuadro corrobora la afirmación de Milton Friedman según la cual una economía subsidiada jamás puede funcionar y nos obliga a reclamarles, para su propio bien, el pago del capital y los intereses que, tan generosamente, hemos demorado todos estos siglos en cobrar. Al decir esto, aclaramos que no nos rebajaremos a cobrarle a nuestro hermanos europeos las viles y sanguinarias tasas del 20 y hasta el 30 por ciento de interés, que los hermanos europeos le cobran a los pueblos del Tercer Mundo. Nos limitaremos a exigir la devolución de los metales preciosos adelantados, más el módico interés fijo del 10 por ciento, acumulado sólo durante los últimos 300 años, con 200 años de gracia. Sobre esta base, y aplicando la fórmula europea del interés compuesto, informamos a los descubridores que nos deben, como primer pago de su deuda, una masa de 185 mil kilos de oro y 16 millones de plata, ambas cifras elevadas a la potencia de 300.

Es decir, un número para cuya expresión total, serían necesarias más de 300 cifras, y que supera ampliamente el peso total del planeta Tierra. Muy pesadas son esas moles de oro y plata.

¿Cuánto pesarían, calculadas en sangre?

Aducir que Europa, en medio milenio, no ha podido generar riquezas suficientes para cancelar ese módico interés, sería tanto como admitir su absoluto fracaso financiero y/o la demencial irracionalidad de los supuestos del capitalismo. Tales cuestiones metafísicas, desde luego, no nos inquietan a los indoamericanos.

Pero sí exigimos la firma de una Carta de Intención que discipline a los pueblos deudores del Viejo Continente, y que los obligue a cumplir su compromiso mediante una pronta privatización o reconversión de Europa, que les permita entregárnosla entera, como primer pago de la deuda histórica...

FIN